33. Las grandes sagas

Con objeto de rentabilizar al máximo la inversión, la productora Vivid comenzó a trocear sus productos, creando un buen número de sagas en las que las segundas partes seguían el hilo argumental de las primeras. Películas con tramas endebles, como ‘Victim of love’, de Paul Thomas, o ‘El jardín secreto’ de Michael Zen, eran alargadas casi como un chicle para poder ser comercializadas en dos cintas de vídeo. Con este patrón, el éxito de la serie televisiva ‘La ley de Los Ángeles’ animó a Paul Thomas a rodar un extenso filme, dividido en cuatro partes, sobre los problemas judiciales con los que topaba una película porno. ‘Bajo juramento’ era una película de casi cinco horas de duración que contaba con el protagonismo de Savannah, la chica terrible del firmamento X a principios de los 90. La explosiva rubia oxigenada también trabajó a las órdenes de Thomas en las dos entregas de ‘Sinderella’, una lujosa recreación del cuento infantil ‘La Cenicienta’ en la que compartía cartel con Racquel Darrian, otra escultural actriz cuya cotización había alcanzado cifras exorbitantes.

Y es que, en 1992, el cine X norteamericano se encontraba entregado a las actrices. Una impresionante generación de bellísimas mujeres había tomado los platós para revitalizar un género en el que volvía a imperar el “star-system”, como una década antes. La factoría Vivid aprovechó el tirón comercial de sus estrellas y fue dosificándolas convenientemente en películas que se vendían sólo por el reclamo de su protagonista. Fiel al espíritu de la productora, Paul Thomas dirigió a Racquel Darrian en ‘Raquel desnuda’, a Jamie Summers en ‘The Phoenix’ y a Savannah en ‘Indian Summer’ y ‘House of Sleeping Beauties’.

Esclava de amor.

En los antípodas de Thomas, John Stagliano también realizó una mastodóntica saga que se ha convertido en objeto de culto para los seguidores del director de Chicago. ‘Face Dance’ constaba de cuatro partes y cinco horas de duración, en las que se desarrollaban los problemas de un actor europeo (Rocco Siffredi) en la industria americana. Asentado en el mercado estadounidense, Rocco era la única alternativa masculina a la legión de actrices de ensueño que invadía el mercado. De la mano de Stagliano, había protagonizado la segunda entrega de ‘Buttman: Vacaciones en Europa’, en la que, en su periplo por Inglaterra y Francia, dejaba a los espectadores la sensación de que se encontraban ante un verdadero torbellino sexual. Sin el apoyo de Rocco, el personaje de Buttman se enfrentó a su sosías femenino en ‘Buttman vs. Buttwoman’, donde la asociación entre Stagliano y el perverso Bruce Seven hizo saltar los plomos del subgénero “gonzo”.

Uno de los hechos más gozosos del año para el porno fue la recuperación del talento de Alex de Renzy, uno de los pioneros del género. En ‘Esclava de amor’, Renzy retomaba sus viejas obsesiones sobre la adicción sexual en un filme inspirado en la novela erótica ‘Historia de O’, de Pauline Reage. La sensual Sierra, una de las pocas actrices que no habían recurrido a la cirugía estética para realzar su busto, era la protagonista de la cinta. Fue la última película notable del veterano realizador en una año en el que otro clásico del cine X, Anthony Spinelli, también diría adiós a la elite del género con ‘The Party’.

EL CAMALEÓN CAMBIA DE COLOR

La película más exitosa de 1992 fue, sin duda, ‘Camaleones del amor’, de John Leslie. Rodada en 35 mm. con un presupuesto inusual para el género y novedosos efectos especiales, la cinta rescataba la esencia de ‘Camaleón’, el magnífico filme de Leslie producido en 1988 (aunque no pretendía ser su secuela), para convertir a los protagonistas en vampiros extraterrestres que adoptaban diferentes formas para seducir a sus víctimas. Ashlyn Gere, Rocco Siffredi y Deidre Holland encarnaban a los extraños mutantes y ejecutaban algunas de las escenas sexuales más tórridas del año. ‘Camaleones del amor’ fue la película más vendida y alquilada en los Estados Unidos en 1992 y recibió los más importantes galardones en la gala de entrega de los Oscar del porno celebrada en Las Vegas. Leslie rodó también ese año ‘Anything that moves’, la transposición a la pantalla de la trágica historia de los hermanos Mitchell.

Moana, solo para hombres.

EL PODER ITALIANO

Si el italiano Rocco Siffredi era el actor más cotizado del mundo en 1992, su compatriota Moana Pozzi daría el salto al porno americano de la mano de uno de los más prestigiosos directores. Gerard Damiano había conocido unos meses antes a la actriz y decidió convertirla en su nueva musa, pese a que Moana ya había hecho sus pinitos, un año antes, al otro lado del Atlántico en ‘Beefeaters’, de Jim Reynolds. Damiano la dirigió en ‘Moana, solo para hombres’, un filme en el que Pozzi se interpretaba a sí misma intentando triunfar en el porno americano pese a las zancadillas de los miembros de la industria. La película relanzó la carrera de Damiano, hijo de emigrantes italianos, e inició una fructífera relación entre el veterano director y la estrella europea que se truncó en septiembre de 1994 cuando Moana falleció a causa de un cáncer de hígado.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en diciembre de 2000.

Moana y el ‘calcio’

En el verano de 1980, Italia abrió sus fronteras a los futbolistas extranjeros, cerradas desde 14 años atrás, cuando la squadra azzurra cayó con ignominia ante Corea del Norte en el Mundial de Inglaterra con el ya célebre gol de Park Doo Ik. Esa medida abriría la época dorada del calcio, tres lustros en el que el fútbol italiano dominó el panorama mundial con una insultante superioridad, en la que los equipos de la Lega Calcio consiguieron cinco copas de Europa, tres recopas y seis copas de la UEFA, en la que los conjuntos transalpinos fueron una presencia habitual en las semifinales de los tres torneos continentales y en la que el calcio se convirtió en una pasarela por la que desfilaron los mejores futbolistas del mundo.

Italia entró en la década de los 80 después de unos años convulsos, los llamados anni di piombo (años de plomo), en los que la violencia en las calles y el terrorismo marcaron la vida política y social de un país con gobiernos efímeros y el poder recurrente de una democracia-cristiana incapaz de liberarse de sus luchas internas. El calcio fue, entonces, el primer eslabón de un cambio que se adivinaba complicado, por la estructura política del país, y que se manifestó en todos los órdenes de la vida.

El más significativo de ellos fue la televisión. En los 80, las cadenas italianas inventaron el entretenimiento ligero, esos programas presentados por chicas cañón que articulaban concursos absurdos, actuaciones musicales con olor a fiesta de jubilados o desfiles de azafatas con poca tela que cubrir en sus cuerpos. Moana Pozzi, una joven genovesa de 19 años de excepcional belleza, talento y simpatía, presentaba, a finales de 1980, un programa juvenil de nombre ‘Tip Tap 2’ en la segunda cadena de la RAI. Era una especie de Xuxa italiana que, muy pronto, se convirtió en invitada recurrente en otros espacios televisivos para dar el punto «sexy» a debates o entrevistas. Porque Moana, rubia, ojos verdes y casi 1’80 de estatura, estaba muy buena, pero de tonta no tenía un pelo. Y, en esos años que sucedieron a los del plomo, Moana se erigió en uno de los sex-symbols del país, que participaba incluso en programas deportivos comentando la actualidad futbolística y, como parece obvio en el modelo de televisión italiano, la belleza de los futbolistas. A los pocos meses de comenzar su trabajo en televisión, Moana, que ya había participado en algunas películas como actriz secundaria, aceptó una propuesta para protagonizar un filme porno titulado ‘Valentina, ragazza in calore’, en el que la presentadora figuraba en los títulos de crédito bajo el seudónimo de Linda Heveret. La película habría pasado sin pena ni gloria, en una época en la que el porno italiano era una industria muy pequeña, casi familiar, si no hubiera sido porque a alguien se le ocurrió programarla en el Cinema Moderno de Ovada, una localidad vecina a Lerma, donde residían los padres de la atípica presentadora, e hizo saltar la liebre por aquello del morbo de ver a una estrella televisiva practicando el sexo en la pantalla. Pero los italianos, a pesar de la carga católica de la sociedad, no se lo tuvieron en cuenta. Y es que Moana les fascinaba por su espíritu libre, su reticencia a ligarse para siempre a ningún hombre y su facilidad para coleccionar amantes. Decía que los mejores amantes eran «los deportistas, con futbolistas y tenistas al frente» porque tenían «un físico entrenado, placentero al tacto, pulmones de sobra y, normalmente, hacen el amor durante toda la noche», pero advertía que lo mejor no era acostarse con ellos antes de los partidos importantes o las concentraciones largas porque «siempre se reservan».

Moana Pozzi.

El 11 de julio de 1982, cuando Dino Zoff levantó la Copa del mundo en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid ante el júbilo de Sandro Pertini, presidente de la República, Italia estaba en la cumbre del fútbol mundial. El grito de Marco Tardelli, corriendo como un poseso con los brazos abiertos tras marcar el segundo gol de la final contra Alemania, se convirtió en imagen icónica de aquella victoria para todos los italianos. Para Moana, también. La genovesa, que ya poseía una cartuchera de amantes llena de muescas y que incluía actores como Robert de Niro o Roberto Begnini, tenistas como Nicola Pietrangeli y hasta políticos como Bettino Craxi, se encaprichó de aquella imagen. Un periodista amigo de Moana, que conocía tanto a Tardelli como los gustos en cuestión de hombres de la actriz, los presentó y el flechazo fue instantáneo. Marco y Moana iniciaron una relación que la propia actriz definía como «telefónica»: «Hicimos pocas veces el amor, a causa de sus viajes y concentraciones, pero pasábamos horas al teléfono, buscando conocernos mejor, fantaseando sobre lo que podríamos hacer si estábamos juntos y hablando sobre todo de sexo». Sus encuentros se producían cuando Moana viajaba a Turín y Marco podía escaparse de la vigilancia de su pareja, la periodista Stella Pende, o cuando Tardelli visitaba Roma para jugar con la Juventus contra el Lazio o la Roma y se podía librar de la vigilancia de Giovanni Trappatoni gracias a la complicidad de sus compañeros. Una de esas noches «para llegar a la habitación de Moana, en un hotel cercano a la concentración de la Juventus, tuvo que subirse al tejado y no pudo bajar hasta que Scirea lo rescató», recordaba entre risas su hija Sara en una entrevista. La propia Moana recuerda una anécdota más divertida todavía: «Se iba a Australia para jugar un partido con la selección y me dijo que tenía dos horas de espera en el aeropuerto. Hacía mes y medio que no nos veíamos y ambos teníamos muchas ganas de abrazarnos. Cuando llegué a Fiumicino con mi coche me estaba esperando en la terminal de salidas, lo invité a subir y lo llevé al aparcamiento del aeropuerto. Nos instalamos en el asiento trasero e hicimos el amor sin importarnos la gente que pasaba». De los centenares de amantes que tuvo Moana en su vida, profesional y privada, el mejor fue Marco Tardelli, según confesaría en su libro ‘La filosofia di Moana’: «Me gustaba mucho hacer el amor con Marco y me excitaba mucho su carácter espontáneo y dulce, como el de un principiante». Tardelli, por su parte, ha declarado en alguna ocasión que Moana Pozzi era un mito sexual para los componentes de aquella plantilla que conquistó la Recopa en 1984 ante el Porto en la final disputada en Basilea. «Incluso para Platini», subraya.

Pero la telefónica y aventurera historia con Tardelli no fue la única que mantuvo Moana Pozzi con un futbolista de aquel calcio triunfante de los 80. La apertura de la liga a los futbolistas extranjeros permitió a la Roma fichar al centrocampista brasileño Paulo Roberto Falcao. Con su magisterio en el mediocampo, el conjunto romanista ganaría un scudetto y dos copas en las cuatro temporadas siguientes y Falcao fue elevado a la categoría de héroe local por una afición que llevaba más de 40 años esperando un campeonato liguero. Una tarde de 1982, al comienzo de la temporada en la que la Roma ganaría la segunda liga de su historia, Moana Pozzi acudió a una fiesta en un restaurante del Trastevere acompañado por su agente. Allí le presentaron a Falcao y la actriz y presentadora comenzó a charlar amistosamente con el futbolista. Cuando llegó la hora de marcharse, se intercambiaron los números de teléfono. Unos días después, Falcao llamó a Moana para invitarla a cenar a su casa y esta aceptó, sabedora de cómo acabaría la noche. Pero se equivocó. Lo que presumía que iba a ser una noche de sexo desenfrenado, de esas que dejan impresa la felicidad en el rostro durante varios días, fue solo un polvo poco memorable. «Esperaba algo más de Paulo Roberto», confesó Pozzi, «era cariñoso y tenía un buen cuerpo, pero demasiado apresurado». En la valoración de Moana, Falcao era más rápido en la cama que en el terreno de juego.

Mientras el calcio seguía creciendo como espectáculo gracias a la facilidad para derrochar el dinero de los Agnelli, Berlusconi, Moratti o Cecchi Gori, la carrera de Moana Pozzi entró en la peculiar esquizofrenia de trabajar, a la vez, en el porno y en la televisión. En el porno, desde 1986, gracias a la capacidad de persuasión de Riccardo Schicchi, el verdadero padre del X transalpino, y su pareja de entonces, la actriz de origen húngaro Ilona Staller, conocida popularmente como Cicciolina. En la televisión, como presentadora del programa ‘Jeans 2’, de la RaiDue, y más tarde como animadora de ‘Matrjoska’, una especie de magacine, al estilo de un late night, en el que Moana bailaba únicamente vestida con un traje de celofán.

Marco Tardelli y Moana Pozzi.

El apoteosis del calcio llegaría en 1990, cuando Italia organizó el Mundial de fútbol. Los italianos se sentían los reyes del mundo y tenían la ocasión de refrendarlo convirtiéndose en la primera nación que ganara cuatro copas del mundo. Y se lo tomaron tan a pecho que hasta hicieron una película porno para conmemorarlo, ‘Moana e Cicciolina ai Mondiale’, la primera cinta de la historia del triple X de temática futbolística. La trama era bien curiosa: las dos estrellas del X italiano deciden ayudar a su combinado nacional quedando con las figuras de los equipos que pueden plantearle batalla y practicando el sexo con la única intención de cansarlos y que no rindieran en el terreno de juego. Cutrecilla y con un innegable toque ochentero, la película cuenta con actores que interpretan a Jürgen Klinsmann («Kataklinsmann» en la película), al que Moana se encarga de agotar, Diego Maradona, que necesita a ambas para quedarse sin fuerzas, y Ruud Gullit, al que remata Cicciolina. Los intercambios de fluidos se suceden con imágenes de archivo de partidos de las selecciones de Italia, Alemania y Argentina correspondientes al Mundial de 1986.

Un gol de Claudio Caniggia y los lanzamientos desde el punto de penalti frustraron el sueño de toda Italia en lo que sería el comienzo de la decadencia del calcio en el fútbol internacional. Las estrellas mundiales, que antes preferían enrolarse en la liga transalpina comenzaron a mirar a Inglaterra y España como lugares en los que mostrar su talento mientras Italia, tradicionalmente un país importador, empezaba a exportar a sus figuras a otros campeonatos. Al mismo tiempo, Moana Pozzi se marchaba a los Estados Unidos a intentar triunfar en el porno USA de la mano del legendario Gerard Damiano, director de ‘Garganta profunda’, en su canto de sirena como director de cine X. Volvió dos años después para iniciar una breve carrera política y, en septiembre de 1994, solo tres meses después de la victoria del Milan en la final de la copa de Europa ante el Barcelona, falleció en una clínica de Lyon víctima de un cáncer hepático. Toda Italia la lloró en un funeral multitudinario. Incluso los futbolistas a los que tanto amó.

Publicado en Panenka 55, septiembre de 2016.

Polvos a cambio de votos

A las elecciones municipales, que se celebraron en mayo de 2011, concurrió la fugaz actriz porno María Lapiedra, candidata a alcaldesa de la localidad leridana de Les Borges Blanques. Lapiedra se presentó a los comicios por el denominado “Partit del Desig”, una formación política liderada por ella misma que propugnaba como ideario político la libertad sexual y centraba sus propuestas para conseguirlo en la prostitución gratuita y el derecho a masturbarse.

La aventura de María Lapiedra en política no era nueva. 32 años antes, Ilona Staller, que entonces era una imagen frecuente en los programas más picantes de la televisión italiana, formó parte de la candidatura al Parlamento italiano de la “Lista del Sole”, la primera formación política de carácter ecologista fundada en el país transalpino. Pese a que Cicciolina no llegó a ser elegida en los comicios, sus inquietudes políticas no cejaron. Ocho años más tarde, en 1987, la actriz de cine X lograría convertirse en la primera pornodiputada de la historia, al salir elegida en las listas del Partido Radical, al que se había afiliado dos años antes y con el que había participado activamente en diversas campañas sociales, como la que rechazaba la energía nuclear, la permanencia de Italia en la OTAN o la lucha contra el hambre en el mundo. Entre sus propuestas como diputada, Cicciolina lanzó una de insólito calado en la sociedad occidental: antes de la primera Guerra del Golfo se ofreció a pasar una noche en compañía de Saddam Hussein a cambio de la liberación de los rehenes extranjeros que Irak había capturado como prisioneros.

Cicciolina y Moana Pozzi en campaña electoral.

Al final de la legislatura, Cicciolina no fue reelegida, pero el gusanillo político ya se había instalado en su corazón y en el del pequeño osito de peluche que siempre le acompañaba en sus comparecencias públicas. En 1991 fundó el “Partito dell’Amore”, una curiosa formación política que propugnaba la legalización de los burdeles, una mejor educación sexual y la creación de los “parques del amor”, lugares de encuentro sexual en las ciudades italianas. Cicciolina concurrió a las elecciones en 1992 en la lista que encabezaba su amiga y compañera de profesión Moana Pozzi, una celebridad en aquellos años en Italia. Pero la popularidad de ambas no consiguió arrastrar a más de 22.400 votos a las urnas, por lo que la representación porno en el parlamento italiano quedó vacante. Pozzi volvería a intentarlo un año después, poco antes de su prematuro fallecimiento, presentándose a la alcaldía de Roma, con un nuevo fracaso como resultado.

Aun así, Cicciolina siguió probando durante años. En 2002 intentó, sin éxito, hacer campaña política para formar parte del parlamento húngaro, pero no logró los suficientes apoyos para concurrir a las elecciones. Ese mismo año, se postuló como alcaldesa de Monza con la principal promesa electoral de transformar un enorme edificio en un casino, pero no logró más que un puñado de votos. Dos años después repitió experiencia en Milán, también sin éxito.

Cicciolina no ha sido la única actriz porno que prometió polvos a cambio de votos. En muchos rincones del mundo han aparecido actrices porno que siguieron el camino de la actriz italiana de origen húngaro. Como el caso de la directora de cine X Anna Spann, quien intentó llevar su ideario político-sexual al parlamento británico en las elecciones de 2010, o el de Cameron Brasil, una actriz brasileña que se quedó en el camino de formar parte de la cámara de representantes de su país en las últimas presidenciales. María Lapiedra era entonces el último eslabón en esta cadena. Y el primero en nuestro país.

Una cuestión de pelotas

El fútbol y el porno tienen más puntos en común de lo que, a simple vista, pudiera parecer. Ambos requieren de capacidad física para ser practicados y en ambos se utiliza como herramienta de trabajo alguna extremidad o apéndice de la parte inferior del cuerpo, aunque en las dos disciplinas la cabeza sea fundamental para conseguir el éxito. Un futbolista con excelente técnica y sin cerebro acaba convirtiéndose en Prosinecki, personaje de anuncios ridículos; un actor porno con habilidades para follar pero exento de un mínimo de inteligencia puede terminar como Marc Wallice, desterrado de la industria.

Pero el fútbol y el porno han tenido mucha más relación que las similitudes físicas de sus practicantes. Los futbolistas, en general, son aficionados al porno y, en ocasiones, a orgías en las que participan varios miembros del mismo equipo. Cada temporada la prensa desvela algún escándalo relacionado con fiestas sexuales de equipos que compiten en los torneos internacionales, de jugadores que, después de una juerga, han requerido los servicios de acompañantes sexuales o, sencillamente, de concentraciones en las que se quiebra la austera disciplina impuesta por el entrenador con polvos clandestinos.

El porno, por su parte, se ha referido al fútbol en un puñado de películas, la mayoría de ellas estrenadas con ocasión de acontecimientos deportivos como los Mundiales. En 1990, Italia albergó el Mundial de fútbol por segunda vez en su historia. Aquel torneo, que acabó adjudicándose Alemania en una polémica final, fue aprovechado por la industria del porno europeo para, con su habitual dosis de oportunismo, lanzar al mercado ‘Cicciolina y Moana en el Mundial’, de Jim Reynolds, donde las dos grandes estrellas del cine X italiano animaban a la selección transalpina a base de polvos en lo que es la primera referencia al fútbol en una película X y un filme que incluso figura en las obras que estudian la relación entre el balompié y el cine.

Moana Pozzi y Eric Price en ‘Cicciolina e Moana ai Mondiali’ (Jim Reynolds, 1990).

La historia se repetiría 16 años más tarde cuando la compañía Private aprovechó el Mundial de Alemania de 2006 para lanzar al mercado ‘Private Football Cup 2006’, de J.F. Romagnoli, un filme cuya relación con la mayor cita futbolística del planeta es muy tangencial: un millonario ucraniano descubre, gracias a su asesor legal, que es propietario de un equipo de fútbol femenino. Por supuesto, ni Tera Bond, Maria Bellucci, Kyra Banks o Justine Ashley, parte de la alineación de la película, demuestran ser Xavi, Iniesta, Villa o Casillas. Pero tampoco hace mucha falta porque se emplean a fondo en lo que toca.

Aparte de estas dos referencias directas al fútbol en el porno, el cine X se ha acercado alguna que otra vez al fenómeno balompédico en películas menos oportunistas que las que se graban con ocasión de los Mundiales. La más interesante de todas, con mucha diferencia, fue la serie realizada por Mario Salieri en 2006 sobre el mundo del fútbol y sus entresijos. ‘Salieri Football’, compuesta por tres partes, no necesita escenas de partidos para contar historias de sobornos, chantajes y trata de blancas en el mundo del negocio balompédico e incluso se permite la denuncia directa a través del testimonio de Carlo Pedrelli, futbolista de la Roma durante la década de los 80 que publicó un libro en el que destapaba los escándalos de corrupción del calcio.

Con motivo de la celebración del Mundial de Suráfrica, en 2010, la página web española Cumlouder combinó porno y fútbol a través del seguimiento de los partidos de la selección española en el dicho torneo con escenas rodadas mientras actores y actrices veían los partidos. España fue, en aquel recordado Mundial, campeona del mundo por primera vez en su historia, quién sabe si gracias a los ánimos de gente como Sara May, Yoha o Melody Star, o a los gritos de ánimo (y de placer) de los chicos de Cumlouder.

El hombre que fabricaba estrellas

El porno americano instituyó en 1995 una categoría para homenajear a sus pioneros, aquellos directores, artistas o productores que habían hecho posible que quienes los premiaban estuvieran allí; aquellas personas que, con mucho menos dinero, habían abierto una vía para que la industria del porno fuera rica y próspera. La categoría se llama Hall of Fame (Salón de la Fama) y es una especie de museo virtual en el cual están las leyendas norteamericanas del porno. Los americanos respetan mucho más su pasado que los europeos, porque no existe ningún país en el viejo continente que honre tanto a sus pioneros como los Estados Unidos. En Europa, quienes construyeron los cimientos de una industria boyante suelen acabar en el olvido, jubilados demasiado anticipadamente o despreciados por aquellos que progresaron a costa suya.

El 9 de diciembre de 2012 murió en Roma Riccardo Schicchi, el hombre que inventó el porno en Italia, el tipo que descubrió, moldeo y cuidó a los dos personajes más fascinantes que ha dado el porno transalpino en su historia: Cicciolina y Moana Pozzi. Fotógrafo de profesión en sus primeros años y de vocación toda su vida, Schicchi trabajó en la revista Epoca haciendo reportajes de todo tipo hasta que, en 1973, se topó con Ilona Staller, una modelo húngara afincada en Italia a la que bautizó con un seudónimo cursi pero efectivo: Cicciolina (“Cariñosita”, en italiano). Cicciolina y Schicchi revolucionaron el panorama radiofónico de su país con el programa Voulez-vous coucher avec moi?, un magacín nocturno de Radio Luna en el que se hablaba abiertamente de sexo. Más tarde el de la televisión, cuando la magiar enseñó el primer pecho televisivo de Italia en el programa C’era due volte, en 1978, y por fin en el cine erótico y pornográfico, con producciones de alto calibre en la década de los 80.

Cicciolina y Riccardo Schicchi.

De la relación entre Cicciolina y Riccardo Schicchi brotó uno de los grandes motores del porno italiano, la agencia Diva Futura, una auténtica máquina de hacer estrellas que, con la filosofía de Schicchi, no consistía sólo en fabricar mujeres que supieran follar delante de las cámaras. Las chicas de Diva Futura eran inteligentes, atractivas, atrevidas y comunicadoras. Eran estrellas totales. La más brillante de todas ellas, Moana Pozzi, se erigió en sucesora de Cicciolina, pese a que ambas fueron coetáneas en el porno, debido a su arrolladora personalidad y a su influencia en la sociedad italiana. Sin embargo, la estrella de Moana Pozzi se apagó de forma repentina y dolorosa, cuando falleció a los 33 años. Tres años antes de morir en Lyon de un cáncer de hígado, Pozzi había encabezado las listas al parlamento italiano del Partito dell’Amore, la formación política fundada por Schicchi que recogió el testigo de la candidatura de Cicciolina por el Partido Radical, y que convirtió a la italo-magiar, bajo el auspicio de Schicchi, en la primera profesional del porno que accedía a una cámara de representantes europea.

Aventurero por naturaleza, Riccardo Scchichi creó el verdadero star system del porno italiano hasta la invasión de las actrices del este. Mujeres y hombres con personalidad que eran capaces de excitar al espectador de cine porno y de interesar, por su discurso, al profano en películas sicalípticas. Los malos vientos le soplaron precisamente del Este porque, en 2006, fue condenado a seis años de cárcel acusado de proxeneta, porque el tribunal estimó que Diva Futura era un instrumento para llevar a Italia chicas de los países del antiguo bloque comunista para que ejercieran la prostitución. Aunque no cumplió condena, Schicchi quedó marcado por aquel juicio.

Hace más de siete años la diabetes que sufría desde hacía años se llevó, a los 60 años, a Riccardo Schicchi, el descubridor de talentos como Miss Pomodoro, Rossana Doll, Jessica Rizzo, Eva Orlowsky, Maurizia Paradiso, Barbarella o Eva Henger. El inventor de sueños eróticos como Cicciolina o Moana Pozzi. El pionero del porno italiano que, si hubiera tenido la suerte de haber sido americano, tendría un lugar de honor en el Hall of Fame.

Lo más profundo del mar

El 15 de septiembre de 1994 el Telegiornale del mediodía de la RAI abrió con un titular luctuoso. No era la muerte de un político, un futbolista o un personaje de la cultura o las artes. Aquel día, el Telegiornale anunció, antes de las noticias sobre la situación social de Italia, la muerte en un hospital de Lyon de Moana Pozzi.

Este hecho da idea de la popularidad de una actriz queridísima y considerada como un mito del mismo calibre que Sofia Loren o Gina Lollobrigida. Moana fue presentadora de televisión en programas de máxima audiencia, actriz en películas convencionales (trabajó a las órdenes de Dino Risi o Federico Fellini) y amante de personajes famosos, como los futbolistas Falcao y Tardelli, los actores Robert de Niro y Massimo Troisi o el político socialista Bettino Craxi. Pero, sobre todo, fue actriz de cine X, durante la época en que Europa era un páramo en cuestión pornográfica, y una incipiente figura del X americano en el momento en que la muerte se cruzó en su camino y dejó a todo un país y a una legión de aficionados huérfanos de su encanto.

Su vida fue la de una actriz vocacional. Nacida en el barrio de Prà Palmaro, un suburbio al oeste de Génova, el 27 de abril de 1961, Moana, cuyo nombre en dialecto polinesio significa “lo más profundo del mar”, era la mayor de una familia de tres hermanos que, por la profesión de su padre, ingeniero nuclear, había pasado parte de la adolescencia de los hijos en España, Canadá y Brasil. Al contrario que sus dos hermanos, Maria Tamiko, también actriz porno con el seudónimo de Baby Pozzi, y Simone, Moana manifestó desde muy joven su vocación actoral. Quería ser actriz y, con tal propósito, a los 18 años dejó Brancciano, donde se instaló su familia tras años en el extranjero, para marchar a Roma a probar suerte en algunas de las producciones que se rodaban en la capital. Un día conoció al agente de Edwige Fenech, que le ofreció un pequeño papel en ‘La patata bollente’, una película dirigida por Steno en la que también participaba Renato Pozzetto. Su papel consistía en mostrar una teta en una escena del filme y Moana pensó que, con el dinero que le pagaran, podía costearse sus estudios en la escuela de teatro Fersen.

Moana Pozzi.

Aquella experiencia le dio dinero, pero no satisfacciones. Pozzi odiaba la comedia erótica italiana y quería hacer otras cosas. Por eso, cuando su novio americano de entonces le propuso rodar un porno, aceptó. La película se llamaba ‘Valentina ragazza in calore’, la dirigió Raniero di Giovanbattista y Moana apareció acreditada con el nombre de Linda Hevert. En un principio, aquella experiencia no habría pasado de ser una anécdota en la carrera de la aspirante a actriz si no hubiera sido porque, unos meses después, Moana se encontró en una discoteca romana con Riccardo Schicchi y Cicciolina, los verdaderos “capos” del porno italiano de comienzos de los 80. La Pozzi se quedo fascinada por la personalidad de Schicchi y con ellos comenzó su carrera en el porno.

Pero Moana no fue una actriz porno en el sentido que le damos al término hoy en día. Fue una artista. Una mujer capaz de ser presentadora de televisión en programas de máxima audiencia en la RAI, de participar en películas de cine convencional y de trascender el mundo del cine X para convertirse en un mito en vida. Una mujer que luchó por dignificar su condición de actriz cuando los sectores más reaccionarios de la sociedad italiana intentaron quitarle su trabajo como presentadora, que no dudó en marcharse a los Estados Unidos para rodar con Gerard Damiano cuatro películas que relanzaron la carrera del director de ‘Garganta profunda’ y que llegó a entrar en política, como su amiga Cicciolina, para reivindicar la libertad sexual con el Partido del Amor.

Han pasado casi 26 años desde que un cáncer de hígado, provocado por unos parásitos, se llevó a Moana y arrebató del corazón de los italianos uno de esos pedazos que dejan una huella indeleble. Italia sigue llorando a Moana aunque ella sigue viva en espíritu en el recuerdo de todo un país. Quizás porque los grandes mitos nunca mueren, aunque, desde hace más de un cuarto de siglo, vivamos sin ella.