Moana y el ‘calcio’

En el verano de 1980, Italia abrió sus fronteras a los futbolistas extranjeros, cerradas desde 14 años atrás, cuando la squadra azzurra cayó con ignominia ante Corea del Norte en el Mundial de Inglaterra con el ya célebre gol de Park Doo Ik. Esa medida abriría la época dorada del calcio, tres lustros en el que el fútbol italiano dominó el panorama mundial con una insultante superioridad, en la que los equipos de la Lega Calcio consiguieron cinco copas de Europa, tres recopas y seis copas de la UEFA, en la que los conjuntos transalpinos fueron una presencia habitual en las semifinales de los tres torneos continentales y en la que el calcio se convirtió en una pasarela por la que desfilaron los mejores futbolistas del mundo.

Italia entró en la década de los 80 después de unos años convulsos, los llamados anni di piombo (años de plomo), en los que la violencia en las calles y el terrorismo marcaron la vida política y social de un país con gobiernos efímeros y el poder recurrente de una democracia-cristiana incapaz de liberarse de sus luchas internas. El calcio fue, entonces, el primer eslabón de un cambio que se adivinaba complicado, por la estructura política del país, y que se manifestó en todos los órdenes de la vida.

El más significativo de ellos fue la televisión. En los 80, las cadenas italianas inventaron el entretenimiento ligero, esos programas presentados por chicas cañón que articulaban concursos absurdos, actuaciones musicales con olor a fiesta de jubilados o desfiles de azafatas con poca tela que cubrir en sus cuerpos. Moana Pozzi, una joven genovesa de 19 años de excepcional belleza, talento y simpatía, presentaba, a finales de 1980, un programa juvenil de nombre ‘Tip Tap 2’ en la segunda cadena de la RAI. Era una especie de Xuxa italiana que, muy pronto, se convirtió en invitada recurrente en otros espacios televisivos para dar el punto «sexy» a debates o entrevistas. Porque Moana, rubia, ojos verdes y casi 1’80 de estatura, estaba muy buena, pero de tonta no tenía un pelo. Y, en esos años que sucedieron a los del plomo, Moana se erigió en uno de los sex-symbols del país, que participaba incluso en programas deportivos comentando la actualidad futbolística y, como parece obvio en el modelo de televisión italiano, la belleza de los futbolistas. A los pocos meses de comenzar su trabajo en televisión, Moana, que ya había participado en algunas películas como actriz secundaria, aceptó una propuesta para protagonizar un filme porno titulado ‘Valentina, ragazza in calore’, en el que la presentadora figuraba en los títulos de crédito bajo el seudónimo de Linda Heveret. La película habría pasado sin pena ni gloria, en una época en la que el porno italiano era una industria muy pequeña, casi familiar, si no hubiera sido porque a alguien se le ocurrió programarla en el Cinema Moderno de Ovada, una localidad vecina a Lerma, donde residían los padres de la atípica presentadora, e hizo saltar la liebre por aquello del morbo de ver a una estrella televisiva practicando el sexo en la pantalla. Pero los italianos, a pesar de la carga católica de la sociedad, no se lo tuvieron en cuenta. Y es que Moana les fascinaba por su espíritu libre, su reticencia a ligarse para siempre a ningún hombre y su facilidad para coleccionar amantes. Decía que los mejores amantes eran «los deportistas, con futbolistas y tenistas al frente» porque tenían «un físico entrenado, placentero al tacto, pulmones de sobra y, normalmente, hacen el amor durante toda la noche», pero advertía que lo mejor no era acostarse con ellos antes de los partidos importantes o las concentraciones largas porque «siempre se reservan».

Moana Pozzi.

El 11 de julio de 1982, cuando Dino Zoff levantó la Copa del mundo en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid ante el júbilo de Sandro Pertini, presidente de la República, Italia estaba en la cumbre del fútbol mundial. El grito de Marco Tardelli, corriendo como un poseso con los brazos abiertos tras marcar el segundo gol de la final contra Alemania, se convirtió en imagen icónica de aquella victoria para todos los italianos. Para Moana, también. La genovesa, que ya poseía una cartuchera de amantes llena de muescas y que incluía actores como Robert de Niro o Roberto Begnini, tenistas como Nicola Pietrangeli y hasta políticos como Bettino Craxi, se encaprichó de aquella imagen. Un periodista amigo de Moana, que conocía tanto a Tardelli como los gustos en cuestión de hombres de la actriz, los presentó y el flechazo fue instantáneo. Marco y Moana iniciaron una relación que la propia actriz definía como «telefónica»: «Hicimos pocas veces el amor, a causa de sus viajes y concentraciones, pero pasábamos horas al teléfono, buscando conocernos mejor, fantaseando sobre lo que podríamos hacer si estábamos juntos y hablando sobre todo de sexo». Sus encuentros se producían cuando Moana viajaba a Turín y Marco podía escaparse de la vigilancia de su pareja, la periodista Stella Pende, o cuando Tardelli visitaba Roma para jugar con la Juventus contra el Lazio o la Roma y se podía librar de la vigilancia de Giovanni Trappatoni gracias a la complicidad de sus compañeros. Una de esas noches «para llegar a la habitación de Moana, en un hotel cercano a la concentración de la Juventus, tuvo que subirse al tejado y no pudo bajar hasta que Scirea lo rescató», recordaba entre risas su hija Sara en una entrevista. La propia Moana recuerda una anécdota más divertida todavía: «Se iba a Australia para jugar un partido con la selección y me dijo que tenía dos horas de espera en el aeropuerto. Hacía mes y medio que no nos veíamos y ambos teníamos muchas ganas de abrazarnos. Cuando llegué a Fiumicino con mi coche me estaba esperando en la terminal de salidas, lo invité a subir y lo llevé al aparcamiento del aeropuerto. Nos instalamos en el asiento trasero e hicimos el amor sin importarnos la gente que pasaba». De los centenares de amantes que tuvo Moana en su vida, profesional y privada, el mejor fue Marco Tardelli, según confesaría en su libro ‘La filosofia di Moana’: «Me gustaba mucho hacer el amor con Marco y me excitaba mucho su carácter espontáneo y dulce, como el de un principiante». Tardelli, por su parte, ha declarado en alguna ocasión que Moana Pozzi era un mito sexual para los componentes de aquella plantilla que conquistó la Recopa en 1984 ante el Porto en la final disputada en Basilea. «Incluso para Platini», subraya.

Pero la telefónica y aventurera historia con Tardelli no fue la única que mantuvo Moana Pozzi con un futbolista de aquel calcio triunfante de los 80. La apertura de la liga a los futbolistas extranjeros permitió a la Roma fichar al centrocampista brasileño Paulo Roberto Falcao. Con su magisterio en el mediocampo, el conjunto romanista ganaría un scudetto y dos copas en las cuatro temporadas siguientes y Falcao fue elevado a la categoría de héroe local por una afición que llevaba más de 40 años esperando un campeonato liguero. Una tarde de 1982, al comienzo de la temporada en la que la Roma ganaría la segunda liga de su historia, Moana Pozzi acudió a una fiesta en un restaurante del Trastevere acompañado por su agente. Allí le presentaron a Falcao y la actriz y presentadora comenzó a charlar amistosamente con el futbolista. Cuando llegó la hora de marcharse, se intercambiaron los números de teléfono. Unos días después, Falcao llamó a Moana para invitarla a cenar a su casa y esta aceptó, sabedora de cómo acabaría la noche. Pero se equivocó. Lo que presumía que iba a ser una noche de sexo desenfrenado, de esas que dejan impresa la felicidad en el rostro durante varios días, fue solo un polvo poco memorable. «Esperaba algo más de Paulo Roberto», confesó Pozzi, «era cariñoso y tenía un buen cuerpo, pero demasiado apresurado». En la valoración de Moana, Falcao era más rápido en la cama que en el terreno de juego.

Mientras el calcio seguía creciendo como espectáculo gracias a la facilidad para derrochar el dinero de los Agnelli, Berlusconi, Moratti o Cecchi Gori, la carrera de Moana Pozzi entró en la peculiar esquizofrenia de trabajar, a la vez, en el porno y en la televisión. En el porno, desde 1986, gracias a la capacidad de persuasión de Riccardo Schicchi, el verdadero padre del X transalpino, y su pareja de entonces, la actriz de origen húngaro Ilona Staller, conocida popularmente como Cicciolina. En la televisión, como presentadora del programa ‘Jeans 2’, de la RaiDue, y más tarde como animadora de ‘Matrjoska’, una especie de magacine, al estilo de un late night, en el que Moana bailaba únicamente vestida con un traje de celofán.

Marco Tardelli y Moana Pozzi.

El apoteosis del calcio llegaría en 1990, cuando Italia organizó el Mundial de fútbol. Los italianos se sentían los reyes del mundo y tenían la ocasión de refrendarlo convirtiéndose en la primera nación que ganara cuatro copas del mundo. Y se lo tomaron tan a pecho que hasta hicieron una película porno para conmemorarlo, ‘Moana e Cicciolina ai Mondiale’, la primera cinta de la historia del triple X de temática futbolística. La trama era bien curiosa: las dos estrellas del X italiano deciden ayudar a su combinado nacional quedando con las figuras de los equipos que pueden plantearle batalla y practicando el sexo con la única intención de cansarlos y que no rindieran en el terreno de juego. Cutrecilla y con un innegable toque ochentero, la película cuenta con actores que interpretan a Jürgen Klinsmann («Kataklinsmann» en la película), al que Moana se encarga de agotar, Diego Maradona, que necesita a ambas para quedarse sin fuerzas, y Ruud Gullit, al que remata Cicciolina. Los intercambios de fluidos se suceden con imágenes de archivo de partidos de las selecciones de Italia, Alemania y Argentina correspondientes al Mundial de 1986.

Un gol de Claudio Caniggia y los lanzamientos desde el punto de penalti frustraron el sueño de toda Italia en lo que sería el comienzo de la decadencia del calcio en el fútbol internacional. Las estrellas mundiales, que antes preferían enrolarse en la liga transalpina comenzaron a mirar a Inglaterra y España como lugares en los que mostrar su talento mientras Italia, tradicionalmente un país importador, empezaba a exportar a sus figuras a otros campeonatos. Al mismo tiempo, Moana Pozzi se marchaba a los Estados Unidos a intentar triunfar en el porno USA de la mano del legendario Gerard Damiano, director de ‘Garganta profunda’, en su canto de sirena como director de cine X. Volvió dos años después para iniciar una breve carrera política y, en septiembre de 1994, solo tres meses después de la victoria del Milan en la final de la copa de Europa ante el Barcelona, falleció en una clínica de Lyon víctima de un cáncer hepático. Toda Italia la lloró en un funeral multitudinario. Incluso los futbolistas a los que tanto amó.

Publicado en Panenka 55, septiembre de 2016.

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