Los mejores polvos son los blancos

En la década de los 70 del siglo pasado, la cocaína sustituyó a la marihuana y el LSD como droga de moda entre los artistas e intelectuales de los Estados Unidos. El porno, que nació precisamente en esos años, no pudo permanecer al margen de dicha moda, pero no más que otras profesiones. A pesar del aparente efecto vigorizante de la coca, la mayoría de los profesionales del triple X que consumían esa droga lo hacían de forma recreativa, como un elemento más del ritual imprescindible para divertirse.

El caso más conocido de adicción a la coca es el de John Holmes. El actor de los 35 centímetros de pene comenzó a esnifar cocaína en los albores de su carrera, a finales de los 60, pero, a lo largo de los años, se convirtió en un adicto a dicho estupefaciente. En su época de esplendor como actor X, Holmes iba siempre con un maletín que contenía una pipa y la parafernalia necesaria como para fumarla, además de metérsela por la nariz. Cada 15 minutos necesitaba una dosis, ya fuera por vía nasal o por vía pulmonar, y aquella adicción, aparte de llevarlo a la ruina económica -se estima que Holmes se metía dos onzas (unos 56 gramos) de coca al día-, fue un serio inconveniente para su herramienta de trabajo, incapaz de permanecer erecta en los rodajes pese a los encomiables esfuerzos de las fluffers. El sida, que contrajo ejerciendo como chapero para poder financiar su altísimo ritmo de vida narcótica, se lo llevó al otro mundo en 1988.

John Holmes no fue un caso aislado. «Todo el mundo tomaba coca en los 70», recuerda Veronica Hart de aquella orgía de polvos blancos que fue la edad de oro del porno norteamericano. La lista de actores y actrices con diversos problemillas nasales es lo suficientemente extensa como para detenerse en algunos casos en particular. Los más trágicos fueron los de Shauna Grant, jovencita alocada que nunca pareció disfrutar de su profesión y que acabó liada con uno de los principales camellos de Palm Springs hasta que se pegó un tiro en la boca en 1984; Artie Mitchell, el menor de los hermanos más famosos de este negocio, que amaneció un día con el cuerpo lleno de plomo a resultas de los disparos de un rifle empuñado por su propio hermano y que había consumido sus últimos años de vida pintando rayas en el O’Farrell Teather; y Jerry Butler, que no la palmó pero escribió una autobiografía en la que desvelaba todo el trajineo farlopero de la industria (en el que él había participado activamente) y nunca más volvieron a contratarlo por chivato.

Shauna Grant.

La edad de oro del porno norteamericano también lo fue de las clínicas de desintoxicación de drogadictos. Decenas de profesionales del porno (y del cine convencional) pasaron largos periodos en aquellos templos del «me estoy quitando» para recaer o no, según los casos. Samantha Strong, Jeanna Fine, Eric Edwards, Jon Dough, Racquel Darrian, Randy Spears, Taija Rae, Alexandria Quinn o Danielle Rodgers, todas ellas estrellas de los 80 y los 90, fueron ilustres pacientes de esos establecimientos. No lo fueron, sin embargo, farloperos confesos como Tori Welles, que concilió su costumbre de atizarse tiritos con una desmedida afición a la bebida, Ginger Lynn, que compartiría líneas (y bingos) con el actor de cine Charlie Sheen, la llorada Savannah, que se metía en los camerinos de los rockeros para colmar sus aspiraciones, Paul Thomas, que pasó una temporadita en la cárcel por posesión de coca, Sharon Mitchell, quien pasó de la coca al caballo y hubo de dejarlo todo después de que un loco la atacara en su propia casa cuando estaba colocada, o Jenna Jameson de quien, pese a que nunca lo ha confesado, todos los críticos del ramo conocen sus inclinaciones nasales.

Y todo esto lo sabemos porque se dedicaban al porno. Si hubieran sido abogados, médicos o pilotos de aerolíneas, sus inclinaciones nasales habrían pasado desapercibidas. Pero esa es una de las cruces con las que ha de cargar el porno.

La niña que engañó al porno USA

Una extraña mezcla de ingenuidad y perversidad convirtieron a Traci Lords en la actriz favorita de millones de aficionados en todo el mundo. Su trascendencia en la historia del porno viene marcada por dos hechos: fue, junto a Ginger Lynn, la primera gran estrella mediática de la industria del cine X norteamericano, y su polémica retirada supuso un antes y un después en el devenir del triple X en los Estados Unidos.

Nacida en Steubenville (Ohio) el 7 de mayo de 1968 como Nora Louise Kuzman, Traci se trasladó a Los Ángeles con 14 años después de padecer una infancia difícil. Gracias a su desarrollado aspecto físico, engañó al productor Jim South mostrándole un permiso de conducir y un certificado de nacimiento en los que constaba que tenía 20 años para solicitar trabajo como actriz porno. En realidad, sólo tenía 15 años, aunque su cuerpo fuera el de una joven veinteañera. De cobrar 200 dólares por día de rodaje Traci Lords pasó, en dos intensos años, a fundar su propia productora y ser considerada por el público como la nueva reina del cine X en dura competencia con Ginger Lynn.

Lo hizo con la ambición de ser la única figura del porno americano, la actriz que más dinero ganaba en sus películas y la dueña de su propio destino. Quizá por eso nunca fue una mujer demasiado bien vista entre sus compañeros de profesión, que la consideraban una persona egoísta y altanera, poco amiga de relacionarse con los demás. Aun así, quienes trabajaron con ella afirman que era una mujer voraz sexualmente y que ni su comportamiento ni su experiencia en temas sexuales aventuraban que no era mayor de edad en los años en los que trabajó en la industria de cine para adultos. El 11 de junio de 1986, agentes del FBI detuvieron a Traci Lords, acusada de haber intervenido en 77 películas siendo menor de edad. En realidad, el único filme protagonizado por Lords en la legalidad, es decir, con más de 18 años, fue “Traci I Love You”, una cinta producida por ella misma y rodada en Europa que se convirtió en un extraordinario éxito de ventas a raíz del escándalo. A partir de aquella actuación policial, las tiendas de vídeos retiraron todas las películas de Lords en cuestión de horas y los distribuidores destruyeron cintas valoradas en varios millones de dólares. De hecho, el único vídeo que se distribuye en EEUU en la actualidad de la carrera de Lords como actriz porno es “Traci I Love You”.

Traci Lords en ‘Traci, I Love You’ (Jean Charles, 1986).

El escándalo salpicó a todos los estamentos de la industria y Traci abandonó el porno por la puerta trasera, después de dejar tras de sí un reguero de acusaciones que salpicaron a todos los que habían trabajado con ella. Probó fortuna en el cine convencional y, pese a no llegar a ser una estrella, puede afirmarse que es una de las pornostars con mejor filmografía no X. Fue protagonista en algunas películas de terror de serie B (‘Vampiro del espacio’, de Jim Wynorski, ‘Demasiado peligrosa’, de Charles T. Kanganis), trabajó a las órdenes del inclasificable John Waters en ‘Cry, Baby’ y ‘Los asesinatos de mamá’, y llegó a participar en episodios de famosas series de televisión como ‘Melrose Place’, ‘Roseanne’, ‘Will & Grace’ o ‘Matrimonio con hijos’. Curiosamente, más de 20 años después de renegar del porno, formó parte del reparto de ‘¿Hacemos una porno?’, de Kevin Smith, donde interpreta a una actriz de cine X de forma autoparódica. Una parodia que, en realidad, tiene poca gracia, ya que la conducta de Traci Lords sirvió para que la administración norteamericana iniciara una devastadora persecución contra el porno que, a largo plazo, ha tenido funestas consecuencias sobre la industria.

Cosas que Britney nunca haría

Si alguien ve ahora el videoclip ‘From the bottom of my broken heart’, rodado hace más de 20 años, jamás podría adivinar que el mismo hombre que dirige el almibarado vídeo en el que Britney Spears recuerda con pena el amor roto era el que, solo tres años antes, componía coreografías sexuales a base de tipos con máscaras de cerdos y mujeres con los cuerpos pintados en ‘Sex Freaks’, cosas que Britney nunca haría, al menos en público. Pero así es. Gregory Brown, director de dos centenares de videoclips musicales desde hace 25 años, nominado en múltiples ocasiones para los MTV Awards y responsable de trabajos como el vídeo de presentación de la película ‘Lilo & Stich’, fue uno de los directores del cine porno más innovadores de todos los tiempos.

Lo fue con el nombre artístico de Gregory Dark, el heterónimo que utilizó desde que, en 1983, tuvo su primer contacto con el mundo del porno, cuando dirigió el polémico documental ‘Fallen Angels’, un filme que retrataba la cara oculta de las estrellas del porno y gracias al cual conoció a Walter Gernert, distribuidor de películas X, con el que trabó gran amistad. Walter y Gregory se convirtieron desde entonces en los Dark Brothers, hermanos en gustos, tendencias y visión de la pornografía. Su primera colaboración, ‘New wave hookers’, ya marcaría una época por su capacidad para integrar el sexo más surrealista en una estética moderna, cercana a los vídeos de la cadena televisiva MTV, en los tiempos en los que la MTV emitía vídeos y no absurdos realities. Protagonizada por dos personajes inspirados directamente en ‘Beavis y Butthead’, la pareja basura por excelencia de la televisión, aquella visionaria película, además de juntar en un plató a Traci Lords y Ginger Lynn, inauguró la saga más famosa pergeñada por los Dark Bros.

Ginger Lynn en ‘New Wave Hookers’ (Gregory Dark, 1985).

La colaboración entre Gregory y Walter Dark duró diez años y dio al cine porno norteamericano algunos de los títulos más vanguardistas de su larga historia. Películas con personajes extraños, rodadas en localizaciones urbanas y con escenas sexuales que parecen sacadas de pesadillas apocalípticas. Pero los Darks Bros no sólo gastaron su tiempo en hacer porno. En 1987, comenzaron a producir y dirigir thrillers eróticos y filmes soft para compañías especializadas en cine de serie B, películas destinadas a los canales de pago de la televisión que forjaron la leyenda de Gregory Dark como el «Martin Scorsese del thriller erótico».

Cuando, a finales de la década de los ochenta, Walter Gernert decidió abandonar la producción de filmes X para centrarse en el mainstream, Gregory inició una nueva etapa como director de porno bajo el auspicio de la VCA. La tercera parte de ‘New wave hookers’, un delirio que mezcla sexo bizarro, psicoterapia de pareja y nihilismo, es el mejor ejemplo de la extraña concepción que tenía Dark del cine porno, en la que lo obsceno y lo natural formaban parte del mismo plano.

Tan raras como incomprendidas, las películas de Gregory Dark nunca fueron grandes éxitos de público. Por eso, el fiel de la balanza de una carrera profesional que oscilaba entre el porno y el cine convencional acabó inclinándose hacia este último. En 1996, Gregory Dark dirigió su última película X para dedicarse, desde entonces, al cine independiente (‘Los ojos del mal’, ‘Little fish, strange pond’), la televisión (ha dirigido varios capítulos de la serie ‘Oz’) y, por supuesto, los vídeos musicales, en los que ha trabajado para artistas tan diversos como Linkin Park, Snoop Dog o Britney Spears.

La chica de la puerta de al lado

La historia del cine X tiene un antes y un después de la aparición de Ginger Lynn. Su aspecto de “chica de la puerta de al lado”, pizpireta, simpática y guapa pero no espectacular, encandiló al público norteamericano que la convirtió en la primera gran estrella del género, allá por la década de los 80.

Ginger Lynn Allen nació en Rockford, Illinois, el 14 de diciembre de 1962. A los 18 años se instaló en casa de su abuelo, en California, y tres años después, en vista de que le era difícil encontrar trabajo, se presentó a unas pruebas de la revista ‘Penthouse’ para posar desnuda a cambio de 150 dólares diarios. Tres meses después, aceptó la propuesta de participar en películas porno por una cantidad cinco veces superior.

Entonces comenzó una meteórica carrera que la elevó a los altares del porno en solo dos años de trabajo. La compañía Vivid la contrató en exclusiva para que protagonizara sus producciones y creó, con ella, un modelo que crearía escuela con el paso del tiempo. Su nombre figuraba en los títulos de las películas en las que participaba y las carátulas de sus videos estaban presididas por su imagen, verdadero icono del porno de consumo rápido que comenzaba a emerger en aquellos convulsos años. Pero, además de ser una estrella que trascendía al género que estaba reinventando, Ginger Lynn participó en algunas de las cintas míticas de mediados de los 80, como la primera parte de ‘New wave hookers’, de Gregory Dark, en la vuelta de los hermanos Mitchell al porno en ‘The Grafenberg spot’ o la curiosa y cutre ‘Edén’, que repasaba, con sarcástico humor, la historia de la humanidad en clave pornográfica con decorados de cartón-piedra y transparencias de mercadillo de baratijas.

Dos años después de su debut, en 1986, Ginger abandonó el cine X para probar suerte en el cine comercial. Como la mayoría de sus compañeras de profesión tuvo poca fortuna y se tuvo que conformar con pequeños papeles en películas de serie B en las que, bien debía desnudarse por cualquier excusa, bien era asesinada a los pocos minutos de su aparición en pantalla.

Ginger Lynn.

Su fama en aquellos años se cimentó más en su tortuosa relación con el actor Charlie Sheen, que ocupó portadas en muchas revistas de cotilleos, o en su trabajo como cotizada stripper, que le hizo recorrer América con su fama a cuestas.

En 1999, una exorbitante oferta económica de la productora VCA la convenció para volver al porno. Una apuesta arriesgada, porque, a finales de los 90, la moda de las MILF no se había consolidado y el mercado del cine X estaba copado por chicas muy jóvenes y de gran belleza. Pero Ginger Lynn, que entonces ya no era “la chica de la puerta de al lado” sino “la señora de la puerta de al lado”, demostró en filmes como ‘Desgarrada’, ‘New wave hookers 6’, ‘Sunset Stripped’ o ‘Crime & Passion’ que quien tuvo retuvo, que pese a sus 37 años seguía siendo una verdadera estrella del porno que sabía algo más que follar delante de una cámara.

Desde entonces, la vida de Ginger Lynn ha sido una montaña rusa. Apareció como secundaria en un par de películas convencionales (‘Los renegados del diablo’ y una de las entregas de la saga ‘American Pie’), participó en algunas producciones X, hizo shows de lucha libre femenina y hasta sobrevivió a un cáncer cervical. Además, promociona a nuevos talentos del porno e intenta comenzar una nueva carrera profesional como artista a través de la web www.gingerlynnart.com. Pese a que su apariencia física dista mucho de la chica que revolucionó el mundo del porno en los años 80, Ginger nunca ha perdido su aura de estrella indiscutible del cine para adultos y su encanto personal.

Ni sueca ni erótica

Hasta la definitiva legalización del cine X a comienzos de los 70, el porno que se rodaba clandestinamente era de pequeño formato. La calle 42 de Nueva York y el distrito de los teatros de San Francisco fueron los principales centros de producción de dichas películas, si bien la Gran Manzana acabó imponiéndose como escenario para el desarrollo de la industria pornográfica. Algunos de los lofts que poblaban la vía neoyorquina se reconvirtieron en improvisados platós de filmación que iban a albergar una nueva revolución. La del emergente porno que llevaría a la legalización del cine para adultos. En los locales de la calle 42 se filmaban, en ocho milímetros y en blanco y negro, pequeños cortometrajes de poco menos de diez minutos de duración que figuran como antecedente del cine X tal y como lo conocemos actualmente.

En aquellos lofts trabajaba un grupo de pioneros que, solo unos años más tarde, se erigirían en estrellas del nuevo género. Gente como John Holmes, Darby Lloyd Rains, Andrea True, Marc Stevens, Georgina Spelvin, Jason y Tina Russell, Shaun Costello o Jamie Gillis fueron las caras habituales en los loops rodados con escasez de medios y más voluntad de mostrar lo hasta entonces desconocido que de exhibir cualidades artísticas.

Los loops contaban pequeñas historias, casi anecdóticas, que desembocaban en una escena sexual. No tenían sonido y se proyectaban en las salas especializadas que poblaban los Estados Unidos, los antiguos teatros de burlesque ahora reconvertidos en salas de cine para adultos. La gran mayoría de ellos estaban dirigidos por Bob Wolfe, un despreocupado personaje que era capaz de dejar la cámara funcionando mientras se rodaba una escena para atender otras tareas. Todo cambió cuando llegó la década de los 70.

Desiree Cousteau en uno de los volúmenes de ‘Swedish Erotica’.

1970 fue el año decisivo para la evolución del porno moderno. Howard Ziehm y Michael Benveniste produjeron un largometraje en blanco y negro y algo menos de 70 minutos de duración que dirigió Bill Osco, un chaval de 21 años que era considerado el niño prodigio del porno americano por su carácter emprendedor, aprendido en los ambientes de porro y LSD de la contracultural San Francisco de finales de los 60. La película se tituló ‘Mona, la virgen ninfómana’ y supuso el comienzo de la producción de películas X de largo metraje. Un año después, el fenómeno derivado de la distribución de ‘Garganta profunda’ y todo el ruido mediático que llevó consigo la película de Gerard Damiano hicieron el resto para dar el impulso definitivo al porno en la legalidad y en formato de largometraje.

La producción de filmes de larga duración no acabó con la industria de cortos. Durante toda la década de los 70, junto a las películas con argumento, se rodaban cortos de las mismas características que en los años anteriores y con los mismos protagonistas de los filmes de larga duración.

Los cortos se filmaban en 8 mm o Super 8 y tenían una estructura que ahora nos resulta muy familiar, ya que es extraordinariamente parecida a las escenas que se realizan en la actualidad para ser difundidas en internet: una pequeña anécdota argumental que da paso a una escena sexual como centro y final de la acción. Las cintas tenían como principal lugar de distribución las cabinas de las sex shops que comenzaron a proliferar en todo el país, donde el consumidor solo necesitaba unas monedas y un kleenex para ver en la intimidad una pequeña película.

En 1978, la compañía Caballero Video, una productora fundada cuatro años antes por Noel C. Bloom en Canoga Park, California, decidió lanzar al mercado cintas de VHS en las que se recopilaban algunos de esos loops rodados en los 60 y los 70 para que los espectadores las disfrutaran en la intimidad. Al mismo tiempo, Caballero se lanzó, paralelamente a la producción de largometrajes, a realizar más cortos con los que nutrir su catálogo. Así nació la serie ‘Swedish Erotica’ (literalmente «Erótica Sueca»), en la que la referencia escandinava era solo un reclamo para el público. Al igual que en muchos países del mundo, para los Estados Unidos, Suecia era el país paradigmático de la libertad sexual, pese a que los pioneros del porno en el mundo no fueran los suecos, sino los daneses. ¿Pero qué más daba? Suecos, daneses… Para los yanquis, todos eran europeos civilizados y con muchas ganas de follar y enseñarlo al mundo. Sin embargo, lo único que tenía de sueco ‘Swedish Erotica’ era el título. Lo mismo ocurría con «Erotica» pues, como parece evidente, el erotismo de estas cintas era directamente sexo explícito, es decir, pornografía.

Portada de uno de los volúmenes de ‘Swedish Erotica’.

En 1980 apareció el primer volumen de la serie, dos años después de que California International Distributors hubiera comenzado a vender cintas recopilatorias de loops rodados en los Estados Unidos en los años 60 y 70 junto con cortos europeos que se habían distribuido en el viejo continente junto con la revista ‘Color Climax’. La diferencia es que ‘Swedish Erotica’ solo contenía películas rodadas en los Estados Unidos en los 70 y con actores conocidos. El primer volumen, de hecho, era una cinta de 60 minutos que contenía tres cortos de veinte de duración: ‘Apartament to Rent’, ‘A Private Lesson’ y ‘The Morning After’. El primero reproducía la clásica anécdota banal que desemboca en polvo: un hombre quiere alquilar un apartamento y, al visitar el piso en compañía de la agente inmobiliaria, pide probarlo todo, incluso la cama. ‘A Private Lesson’ es el típico corto de iniciación al sexo por parte de una joven Sheila a la que instruye una veterana experta, la divertida Juliet Anderson ya convertida en Tía Peg, sobre cómo aprovechar la enorme herramienta de John Holmes de la mejor manera. Por último, ‘The Morning After’ desarrolla la pequeña historia de una camarera muy solícita con los invitados de la casa. Desde el principio, se vio que el espíritu tolerante que anunciaba su supuesto origen sueco era una bandera, ya que en dicho volumen participa el actor negro Johnny Keyes, que en 1973 sería uno de los protagonistas de ‘Tras la puerta verde’, en un insólito desafío al racismo follando con la virginal Marilyn Chambers.

Con el segundo volumen, Caballero dio un salto cualitativo al incluir 20 cortos en un mismo VHS hasta completar las cuatro horas de duración. Durante los años siguientes, los volúmenes de ‘Swedish Erotica’ no tendrían una duración fija y el número de cortos incluido en cada entrega variaba según las condiciones de distribución. A lo largo de toda la década de los 80, la actividad de ‘Swedish Erotica’ fue excepcional, ya que Caballero sacó al mercado cientos de volúmenes con cortometrajes protagonizados por las grandes estrellas de la edad de oro del porno norteamericano. Tanto que, en 1989, Caballero se lanzó a la producción de una serie propia, titulada ‘Swedish Erotica Featurettes’, que dirigieron F.J. Lincoln y Patti Rhodes, y que consistía en la realización de nuevas versiones de algunas de las historias contenidas en la serie original, pero ya filmadas en vídeo y protagonizadas por las estrellas del porno de los 90, caso de Peter North o Tori Welles.

El hombre que fabricaba estrellas

El porno americano instituyó en 1995 una categoría para homenajear a sus pioneros, aquellos directores, artistas o productores que habían hecho posible que quienes los premiaban estuvieran allí; aquellas personas que, con mucho menos dinero, habían abierto una vía para que la industria del porno fuera rica y próspera. La categoría se llama Hall of Fame (Salón de la Fama) y es una especie de museo virtual en el cual están las leyendas norteamericanas del porno. Los americanos respetan mucho más su pasado que los europeos, porque no existe ningún país en el viejo continente que honre tanto a sus pioneros como los Estados Unidos. En Europa, quienes construyeron los cimientos de una industria boyante suelen acabar en el olvido, jubilados demasiado anticipadamente o despreciados por aquellos que progresaron a costa suya.

El 9 de diciembre de 2012 murió en Roma Riccardo Schicchi, el hombre que inventó el porno en Italia, el tipo que descubrió, moldeo y cuidó a los dos personajes más fascinantes que ha dado el porno transalpino en su historia: Cicciolina y Moana Pozzi. Fotógrafo de profesión en sus primeros años y de vocación toda su vida, Schicchi trabajó en la revista Epoca haciendo reportajes de todo tipo hasta que, en 1973, se topó con Ilona Staller, una modelo húngara afincada en Italia a la que bautizó con un seudónimo cursi pero efectivo: Cicciolina (“Cariñosita”, en italiano). Cicciolina y Schicchi revolucionaron el panorama radiofónico de su país con el programa Voulez-vous coucher avec moi?, un magacín nocturno de Radio Luna en el que se hablaba abiertamente de sexo. Más tarde el de la televisión, cuando la magiar enseñó el primer pecho televisivo de Italia en el programa C’era due volte, en 1978, y por fin en el cine erótico y pornográfico, con producciones de alto calibre en la década de los 80.

Cicciolina y Riccardo Schicchi.

De la relación entre Cicciolina y Riccardo Schicchi brotó uno de los grandes motores del porno italiano, la agencia Diva Futura, una auténtica máquina de hacer estrellas que, con la filosofía de Schicchi, no consistía sólo en fabricar mujeres que supieran follar delante de las cámaras. Las chicas de Diva Futura eran inteligentes, atractivas, atrevidas y comunicadoras. Eran estrellas totales. La más brillante de todas ellas, Moana Pozzi, se erigió en sucesora de Cicciolina, pese a que ambas fueron coetáneas en el porno, debido a su arrolladora personalidad y a su influencia en la sociedad italiana. Sin embargo, la estrella de Moana Pozzi se apagó de forma repentina y dolorosa, cuando falleció a los 33 años. Tres años antes de morir en Lyon de un cáncer de hígado, Pozzi había encabezado las listas al parlamento italiano del Partito dell’Amore, la formación política fundada por Schicchi que recogió el testigo de la candidatura de Cicciolina por el Partido Radical, y que convirtió a la italo-magiar, bajo el auspicio de Schicchi, en la primera profesional del porno que accedía a una cámara de representantes europea.

Aventurero por naturaleza, Riccardo Scchichi creó el verdadero star system del porno italiano hasta la invasión de las actrices del este. Mujeres y hombres con personalidad que eran capaces de excitar al espectador de cine porno y de interesar, por su discurso, al profano en películas sicalípticas. Los malos vientos le soplaron precisamente del Este porque, en 2006, fue condenado a seis años de cárcel acusado de proxeneta, porque el tribunal estimó que Diva Futura era un instrumento para llevar a Italia chicas de los países del antiguo bloque comunista para que ejercieran la prostitución. Aunque no cumplió condena, Schicchi quedó marcado por aquel juicio.

Hace más de siete años la diabetes que sufría desde hacía años se llevó, a los 60 años, a Riccardo Schicchi, el descubridor de talentos como Miss Pomodoro, Rossana Doll, Jessica Rizzo, Eva Orlowsky, Maurizia Paradiso, Barbarella o Eva Henger. El inventor de sueños eróticos como Cicciolina o Moana Pozzi. El pionero del porno italiano que, si hubiera tenido la suerte de haber sido americano, tendría un lugar de honor en el Hall of Fame.

Los Oscar del cine X

En 1969, un año antes de que el porno fuera legal en los Estados Unidos, un grupo de productores, distribuidores y exhibidores de películas para adultos fundó en Kansas City la Adult Film Association of America (AFAA), una asociación gremial cuyo principal objetivo era la defensa de los derechos de quienes integraban la industria del cine X frente a los sucesivos ataques de la administración. Siete años más tarde, bajo la presidencia de la actriz y periodista Gloria Leonard, la AFAA instituyó unos premios anuales para distinguir a los mejores profesionales del sector.

Los AFAA Awards arrancaron con fuerza, en una época en la que la producción de películas porno en los Estados Unidos comenzaba a vivir su edad de oro. En un teatro de Los Angeles y con una ceremonia similar, aunque con algo más de modestia, a la de los Oscar de Hollywood, la AFAA repartía siete premios: mejor actor, mejor actriz, mejor actor de reparto, mejor actriz de reparto, mejor director, mejor película y mejor guión. ‘The opening of Misty Beethoven’, el filme de Henry Paris, fue el gran triunfador de la primera edición, al lograr los galardones correspondientes a película, director, guión y actor (Jamie Gillis).

Durante diez años, los AFAA Awards sirvieron como referente para la industria, no sólo porque en su nómina de premiados figuran algunos de los grandes clásicos del género, desde ‘Babylon Pink’ hasta ‘Roommates’, actores y actrices legendarios, como John Leslie, Georgina Spelvin, Ron Jeremy o Veronica Hart, y directores de culto, entre ellos Alex de Renzy, Anthony Spinelli o Henri Pachard, sino porque, a la gala, acudían personalidades de la vida social y cultural de California. Sin embargo, en los primeros años 80, los premios de la asociación comenzaron a levantar sospechas sobre la parcialidad de los organizadores. En 1983, el aluvión de nominaciones que recibió ‘Virginia’, una mediocre película dirigida por John Seeman para el lucimiento de Shauna Grant, levantó la liebre de que era posible comprar por sólo 25 dólares las candidatas a los premios. ‘Virginia’ sólo ganó aquel año el premio a la mejor escena sexual, una categoría creada en aquella edición, pero se convertiría en la sentencia de muerte para los AFAA Awards.

Candida Royalle, Robert Rimmer y John Leslie en los premios AFAA.

Desprestigiados y rechazados por la industria, los AFAA Awards se reiventaron en 1984, cuando la asociación estaba a punto de desaparecer y los críticos especializados le habían dado la espalda con la creación de la X-Rated Critics Organization (XRCO). La revista Adult Video News (AVN) asumió la organización del evento y el control de los premios, que votan anualmente sus críticos sin influencias externas. Sin embargo, los rebautizados como AVN Awards tropezaron con un obstáculo imprevisto: las autoridades de Los Angeles se afanaron en una persecución hacia el cine porno que, entre otras cosas, obligó a las productoras a rodar sus películas en San Francisco y a trasladar la gala anual de los Oscar del porno a Las Vegas.

En la ciudad de los casinos se celebra, desde hace más de 35 años, la ceremonia de los AVN Awards, que coincide con la AVN Adult Entertainment Expo, una feria comercial sobre cine para adultos, en el segundo fin de semana de enero. Dos meses antes a la ceremonia, AVN hace públicas las listas de nominados en las más de cien categorías que integran los premios, algunas tan curiosas como mejor dvd interactivo o mejor parodia, muy lejos de la concreción cinematográfica de 30 años atrás.

La feminista del porno

Muchos años antes de que Erika Lust pusiera de moda el término «porno para mujeres», un grupo de activistas relacionadas con el cine porno americano comenzó a plantearse la posibilidad de filmar películas X bajo la perspectiva femenina, ya fuera desde el feminismo más militante, ya fuera desde la intención de convertir el triple X en un objeto de consumo también para la mujer. Gente como Veronica Hart, Gloria Leonard, Veronica Vera o Annie Sprinkle, todas ellas con una notable trayectoria como actrices, pasaron a trabajar detrás de las cámaras o en otros ámbitos de la industria para transmitir al espectador su visión del mundo del entretenimiento para adultos como mujeres.

Una de las actrices que con mayor compromiso asumió el reto de reinterpretar el porno desde la perspectiva femenina fue Candida Royalle. Nacida en Brooklyn (Nueva York) el 15 de octubre de 1950, con el nombre de Candice Vadala, Royalle creció con su padre y con su madrastra, después de que su madre biológica abandonara el hogar familiar cuando ella solo tenía 18 meses. Inquieta culturalmente, Candice estudió Bellas Artes en su ciudad natal y formó parte de movimientos feministas antes de trasladarse a California en 1970, donde se ganó la vida como cantante. A mediados de la década de los 70 entró en contacto con la industria del porno y comenzó a trabajar como actriz, en la época en la que el cine X americano iniciaba su particular edad de oro. Como actriz, Candida Royalle fue una performer preocupada de dotar de credibilidad a su trabajo y, gracias a sus voluptuosas formas, se ganó el favor del público, que llegó incluso a compararla, salvando las distancias, con Grace Kelly por la elegancia que destilaba en cada uno de sus papeles. Después de medio centenar de películas, la mayoría de ellas como secundaria de lujo, volvió a Nueva York a comienzos de los 80 para continuar su relación con el porno de otra manera.

Candida Royalle.

Siguiendo los pasos de Annie Sprinkle, que ya en esos años compaginaba sus papeles en el porno con espectáculos en directo en los que, como hace ahora Marina Abramovich, ponía en entredicho los tradicionales roles de género en la sociedad, Candida Royalle aplicó la ideología feminista, que había abrazado incluso antes de dedicarse el porno (cuando trabajaba como secretaria en Nueva York), al cine para adultos a través de 17 películas como productora y directora. En ellas, Royalle incorporaba algo que el porno había olvidado en su proceso de masculinización: el placer de la mujer a la hora de practicar el sexo.

Al mismo tiempo, Royalle siguió apareciendo en multitud de películas, en papeles no sexuales, fue una de las fundadoras del Club 90, un movimiento formado por actrices X que ayudaba a antiguas compañeras de profesión a seguir con su vida cuando abandonaban la industria, contribuyó al nacimiento del post-porn al firmar el manifiesto que sentaba las bases de dicha corriente en 1989 y acabó adhiriéndose a varias organizaciones que defendían el feminismo en el porno y en la vida diaria.

El 7 de septiembre de 2015, tras una larga lucha contra un cáncer de ovarios que le habían diagnosticado años antes, falleció en su casa de Mattittuck, en Long Island, Nueva York, a donde se había trasladado para estar cerca de sus amigos y familia en sus últimos meses de vida.

Deep Inside

A comienzos de la década de los 70, los productores de loops pornográficos, en su mayoría familias de la mafia neoyorquina, comprendieron que la mejor manera de hacer dinero con el porno era realizar largometrajes, películas con una duración superior a una hora que pudieran exhibirse en las salas de cine para conseguir más público. ‘Mona, la virgen ninfómana’ es considerado el primer largometraje X de ficción, el filme que animó a los Peraino a invertir 40.000 dólares para rodar ‘Garganta profunda’, la cinta que inauguró la era del cine X de ficción en los Estados Unidos. Durante los 15 años siguientes, el porno se articuló a través de historias, más o menos elaboradas, trufadas de sexo explícito, con presupuestos y diseños de producción propios de la serie B y con actores que, además de saber follar delante de una cámara, sabían interpretar. El porno se convirtió, de esa manera, en un género cinematográfico más, cuya característica definitoria estribaba en que contenía sexo sin disimulo, aunque dicha adscripción genérica es más que discutible. El porno, aun siendo un género, también engloba otros géneros cinematográficos, ya que se presenta en forma de comedia, drama, western, thriller o musical, sin dejar de ser cine X.

Sin embargo, el porno clásico también creó sus propios subgéneros cinematográficos, mucho antes de que las etiquetas o tags clasificaran las escenas X según la especialidad que se practica o el origen de quienes participan en ella. El primero de ellos fue un mecanismo destinado a promocionar el star system, floreciente negocio a partir de mediados de los 70 que adquiriría una nueva dimensión en la década siguiente. Consistía en dedicar una película entera a una actriz, quien participaba en todas las escenas de la cinta, y engarzarla con una entrevista personal en la que la protagonista cuenta a la cámara quién es, cuáles son sus orígenes y cómo vive su sexualidad. Esta especie de recopilatorio de las hazañas sexuales en pantalla de una estrella del cine X recibió el nombre de ‘Deep Inside’ o ‘Inside’, un término de doble significado que hace referencia a que el espectador puede conocer en profundidad a su actriz favorita, pero también a que, en la recopilación, la actriz se empleará a fondo para satisfacer, no solo a su compañero de reparto, sino al espectador más exigente.

Desiree Cousteau en ‘Deep Inside Desiree Cousteau’ (Leonard Kirtman, 1979).

En general, las escenas que componían una película de estas características procedían de otros filmes protagonizados por la actriz o eran escenas descartadas de cintas anteriores. Era una suerte de ‘Highlights’ de la chica en cuestión salpicadas de declaraciones que, en la mayoría de los casos, tenían muy poco interés, pues se limitaban a expresar gustos sexuales que justificaran la escena que venía a continuación. ‘Inside Desirée Cousteau’, producida en 1977, es uno de los primeros ejemplos de recopilatorio de una actriz famosa de su tiempo y se ajusta perfectamente al guion que marcaría el subgénero durante los años posteriores. ‘Deep Inside Annie Sprinkle’ es la excepción a la regla, ya que, en ella, la actriz y activista aprovecha su exclusivo protagonismo para demostrar toda su habilidad performática delante del público.

Las ‘Deep Inside’ alcanzaron su esplendor con la generalización del vídeo como formato de filmación y distribución. Cuando el porno se convirtió en una máquina bien engrasada de hacer VHS como quien hace salchichas, cualquier actriz, por poco conocida que fuera, tenía su ‘Deep Inside’, casi como un currículum de presentación. En los 90, todas las estrellas y no tan estrellas tuvieron su recopilatorio, comenzando por Samantha Strong o Raquel Darrian y acabando por actrices hoy olvidadas, como Charlie.

La ‘Deep Inside’ cayó en el olvido en el nuevo siglo, cuando las recopilaciones las puede hacer cualquier buen aficionado con un simple programa de edición en el ordenador de su casa, y cuando las entrevistas a las actrices X inundan la red y nos permiten conocer, mucho más a fondo, a las protagonistas del triple X.

Una chica especial

Los padres de Sue Nero, una chica nacida en Boston, en 1959, pero criada en un pequeño pueblo de las afueras de la capital de Massachusetts, prohibieron a su hija salir con chicos hasta que cumpliera los 16 años. Esta prohibición no afectó demasiado a Sue, que era una apasionada de los deportes, practicó todo tipo de disciplinas y acabó como cheerleader del equipo de fútbol americano de su instituto. Pero pronto se cansó de esto, se rebeló contra los deseos paternos y se juntó con veteranos del Vietnam, que la introdujeron en el mundo de las drogas. A los 18 años, consciente de que tenía un físico muy peculiar -era alta, 1,80 m. y la naturaleza la había dotado de unos pechos naturales enormes-, decidió ganarse la vida como stripper en San Francisco, donde actuó en algunos de los mejores clubes de la ciudad. En uno de ellos conoció al actor X Jesse Adams, quien le comentó que una productora buscaba chicas con los pechos grandes para realizar una serie de loops, y Sue acudió a la entrevista de trabajo dispuesta a trabajar en el porno. La admitieron y el día de su debut rodó cuatro escenas, por las que le pagaron 1.200 dólares. Sin duda, aquel era el trabajo que buscaba.

Comenzó haciendo loops y seguiría haciendo esos pequeños cortometrajes de temática sexual durante los años siguientes. Porque, sobre todo, Sue Nero hizo cortos pornográficos, no películas. Su peculiar físico y su voracidad sexual la convirtieron en «la reina de los loops», quizás porque los productores de finales de los 70 y comienzos de los 80 la veían más como una chica «especial», poco apta para trabajar en papeles con carga dramática pero muy idónea para realizar cortometrajes. Sin ni siquiera saberlo, Sue Nero se convirtió en la pionera de las actrices X contemporáneas, una chica que solo hacía escenas de sexo en una época en la que todo el mundo en el porno hacía películas de sexo.

Sue Nero en un loop de la serie Swedish Erotica.

A lo largo de diez años, Nero participó en cientos de loops, principalmente para Diamond Collection y Pleasure Productions, y figura como secundaria en los créditos de una cincuentena de filmes, ninguno de ellos un clásico de la edad de oro del porno norteamericano y, en la mayoría de los casos, escenas de sexo insertadas en el argumento del filme pero rodadas en otro contexto. Por ello, el nombre de Sue Nero no ha pasado a la historia del porno con mayúsculas, pese a que su contribución a los años de gloria del cine X americano es innegable.

En 1988, Nero se dio cuenta de que ganaba mucho más dinero con los espectáculos de striptease que realizaba por todo el país que con la grabación de películas X, y decidió abandonar el porno. Continuó en activo en el circuito de baile erótico hasta 1995, año en el que se retiró como stripper en el mítico Club 90 neoyorquino, y desapareció de la circulación.

Unos años después, en 1999, reapareció como portada de la revista ‘Over 40’, especializada en MILFs, en la que explicaba que, tras su retiro, había vuelto a Boston a estudiar, pero que había sufrido un accidente de tráfico, al chocar su bicicleta contra un autobús, del que se estaba recuperando. En la actualidad, la reina de los loops y eterna secundaria del cine X de los 80, la chica especial en la que no confiaban los productores, vive en la zona de Nueva York con su marido, con el que se casó hace doce años.

Cine X de vanguardia

Un lustro después de su definitiva legalización en los Estados Unidos, el cine X pugnaba por competir con el cine convencional en igualdad de condiciones. En 1976, el porno americano no era un reducto de las salas especializadas y se proyectaba en las mismas pantallas que habían encumbrado a Francis Ford Coppola o Woody Allen. En consecuencia, los realizadores de hardcore buscaban una coartada cultural para atraer a los espectadores a las salas de proyección, ya fuera con dramas psicológicos, ya con comedias desmadradas.

En este peculiar contexto surgen obras que engrandecen el género al incluir el sexo como un elemento no diferenciador en su argumento y que podrían facturarse perfectamente como películas convencionales con unos cuantos golpes de tijera en su montaje final. Jonas Middleton, un veterano productor y director canadiense instalado en los Estados Unidos, se había aproximado al universo del cine X con ‘Cherry Blossom’ (1972) y, sobre todo, con ‘Illusions of a Lady’, un melodrama erótico de 1974 sobre una terapia sexual de grupo a la que se someten diferentes personas y que la revista Playboy calificó como «el Rolls Royce del género».

Dos años después, Middleton reunió un equipo de 50 personas para rodar su filme más personal. Con un presupuesto de 200.000 dólares, el director canadiense realizó ‘A través del espejo’, un particular drama psicológico con reminiscencias artísticas que se podría incluir tanto en la categoría de película X, por sus escenas de sexo explícito, como en la de terror gótico, por la atmósfera que desprende la cinta. Con gran visión comercial, Middleton montó una versión hard y dos soft para que el filme fuera visible para todo tipo de audiencias. El propio Middleton vendió las tres versiones en un pack a los distribuidores de Europa y Asia, con lo que recuperó rápidamente la inversión, aunque el filme llegó a recaudar 600.000 dólares durante las 18 semanas que permaneció en cartel en los cines americanos. Poco después de su estreno comercial, la editorial Dell publicó un libro basado en el guión de la película que obtuvo un razonable éxito comercial.

Catherine Burgess en ‘A través del espejo’ (Jonas Middleton, 1976).

La acogida de ‘A través del espejo’ fue espléndida también por parte de la crítica. Robert Rimmer la calificó como una mezcla de Daphne du Maurier y Stephen King, David Flint supo ver la cara perversa de sus referencias a Lewis Carroll, una de cuyas novelas da título al filme, en el extraño País de las Maravillas representado por la larga secuencia final, y Luke Ford señala la inspiración en los cuadros de El Bosco en los encuadres de dicha secuencia. ‘A través del espejo’ fue la última película de Middleton, un hombre de profundas convicciones religiosas que contó con el apoyo de un grupo de feligreses de su iglesia para financiar sus tres filmes X, ya que el guionista y director de la cinta desapareció de la circulación tras su estreno. Sin embargo, constituyó el debut en el cine X de la modelo Catherine Erhardt, quien solo contribuyó al elenco de tres filmes con sexo explícito en su breve carrera como actriz (las otras dos joyas, en las que utiliza los apellidos Burgess y Earnshaw, son ‘Expose me Lovely’ y ‘Double Exposure of Holly) y que fue doblada en las secuencias de penetración, aunque participó en aquellas que representaban relaciones lésbicas.

‘A través del espejo’ es considerado hoy en día como el clásico olvidado de la historia del porno, oscurecido por la fama de ‘Garganta profunda’, ‘El diablo en la señorita Jones’ y ‘Tras la puerta verde’. Su calidad cinematográfica es similar o superior a estas porque, además, es un filme que se puede disfrutar prescindiendo de las escenas de sexo, algo que el propio Middleton se preocupó de recalcar. Y, si ha pasado a la historia del género es porque ha sido una de las escasas aventuras del cine para adultos en el campo de la vanguardia y la experimentación.