13. La aparición de los subgéneros

Superados los iniciales obstáculos de la censura, el cine X norteamericano se encaminaba a vivir sus mejores años. Los directores que abrieron la brecha de la aceptación popular años atrás continuaban ofreciendo películas de calidad, surgían nuevos realizadores animados por la mayoría de edad del género y cada vez era mayor el número de chicos y chicas que decidían probar fortuna como actores en el cine para adultos.

La primera consecuencia de la normalización del porno será el nacimiento de los subgéneros. Pese a constituirse como género cinematográfico en sí, el porno tomará prestados elementos de otros géneros para adaptarlos a su formato. El cine policiaco, de gran tradición en el celuloide norteamericano, se vería sometido sistemáticamente al tamiz del sexo en producciones desenfadadas en las que se resalta el carácter libertino de los detectives. Películas como ‘Expose me lovely’, de Armand Weston, ‘Liquid lips’ o ‘Tell theme Johnny Wadd is here’, ambas de Bob Chinn, presentan investigadores tan preocupados por desvelar asesinatos o robos como por gozar del sexo. John Holmes, que encarnó al detective Johnny Wadd durante aquellos años, se convertiría así en el Humphrey Bogart del cine X.

‘A través del espejo’.

No todo eran películas desenfadadas a partir de modelos cinematográficos inspirados en los clásicos. Algunos directores aprovecharon una época de experimentación como la que vivía el género para aportar su particular visión de las relaciones humanas. Alex de Renzy, por ejemplo, filmó en 1976 ‘Femmes de Sade’, una cinta que desplegaba un insólito catálogo de prácticas eróticas poco comunes para reflejar los aspectos más lúgubres del mundo del sexo. Del mismo modo, Zebeldy Colt retrataría en ‘La hija del granjero’ a la América profunda por medio de una historia de bajas pasiones con una estructura similar al culebrón. Y una producción de los hermanos Mitchell, ‘Autobiografía de una pulga’, dirigida por Sharon McNight, recurriría a las andanzas de un insecto para exponer la vida libertina de la Europa del siglo XVIII en el que sería el primer intento serio de filmar un porno de época.

La película más sorprendente del año fue ‘A través del espejo’, de Jonas Middleton, veterano productor y director de películas eróticas. Inspirada en un cuento anónimo ruso, “A través del espejo” utiliza el modelo narrativo de la novela gótica para contar una historia en la que mezcla elementos poéticos, pictóricos (algunos planos parecen inspirados en los cuadros de El Bosco) y psicológicos. Ensalzada por la crítica y discutida por un sector del público, que ni siquiera llega a considerarla como un porno a causa de su singular concepción visual, la película de Middleton refleja más que ningún otro filme de los setenta el pensamiento nihilista de una generación obsesionada por las historias pesimistas. ‘A través del espejo’ se distribuyó en dos versiones, una hard y otra soft (que llegó a estrenarse en España) y supone uno de los raros ejemplos de cine vanguardista dentro del género.

EL PORNO DEL SOL NACIENTE

A finales de 1976 se estrenó en Europa ‘El imperio de los sentidos’, de Nagisa Oshima, una coproducción franco-japonesa que fue relegada en muchos países al oscuro gueto de las salas X. Era un filme de fuerte contenido erótico que incluía escenas de sexo explícito, de ahí su calificación como porno. Basada en un hecho real (una mujer fue detenida en Tokio después de vagar durante cuatro días con un pene en las manos), la película de Oshima se convirtió rápidamente en un filme de culto no sólo por su utilización del sexo como motor narrativo de la trama, sino por su condición de obra maestra del cine convencional. Casi 25 años después de su realización, ‘El imperio de los sentidos’, la primera película erótica procedente de Japón que llegó a las pantallas europeas, conserva su status de película para cinéfilos y su condición de filme fronterizo entre el erotismo y la pornografía.

‘El imperio de los sentidos’.

LA MALDITA LETRA X

Mientras en los Estados Unidos el porno avanzaba con paso firme, en Francia la promulgación del decreto que regulaba su exhibición iba a provocar una larga crisis que se extendería hasta finales de la década siguiente. El decreto de 31 de octubre de 1975, que entró en vigor tres meses después, imponía una enorme carga fiscal a las salas que proyectaran películas “pornográficas o de incitación a la violencia”, además de obligarlas a convertirse en salas especializadas que, desde entonces, quedarían estigmatizadas por una gran letra X. Esta legislación provocó el retraimiento de un público que había acudido con entusiasmo a las primeras sesiones de cine porno en Francia, lo que terminó redundando en la producción de unas películas que, naturalmente, no podían contar con ayudas oficiales para su realización. El lento declive del hard galo no impidió que algunas películas como ‘Délires porno’, de Michel Barny, o ‘Exhibition II’, de Jean-François Davy (que llegó a estar prohibida en su país por la dureza de algunas de sus imágenes) cosecharan un notable éxito de público.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en julio de 2000.

12. El discreto encanto del francés

El 23 de abril de 1975 se estrenó en París ‘A History of the Blue Movie’, la recopilación de stag films que había realizado Alex de Renzy cinco años antes. Entrenado por el irresistible avance del cine sexy de los años anteriores, el público galo acudió en tropel a las salas de exhibición para poder gozar, por primera vez, de una película X.

La administración francesa había autorizado la exhibición de películas pornográficas como paso previo al desarrollo de una legislación que la regulara. Los propietarios de los cines comenzaron a programar los filmes que habían causado furor en los Estados Unidos unos años antes y la respuesta de los espectadores fue devastadora. En los 10 meses en que hubo un vacío legal que amparara al cine X (en febrero de 1976 entró en vigor el decreto que creó las salas X) más de 30 películas superaron los 100.000 espectadores.

Animados por la fiebre consumidora de sus compatriotas, los directores que procedían del cine sexy se lanzaron de cabeza a la realización de pornos. ‘Exhibition’, de Jean-François Davy, tuvo el honor de ser el primer porno francés estrenado en las salas comerciales. Era un ocumental sobre la vida de Claudine Beccarie, actriz especializada en películas soft. El retrato interior de una de los mitos eróticos galos de la época cautivó a los aficionados hasta el punto de que se calcula que un millón de espectadores pasaron por taquilla para ver la película.

‘Exhibition’.

La producción en aquel año de gloria fue ingente. Davy rodó ‘Les pornocrates’, una aproximación al mundo de los actores porno, y ‘Prostitution’, un filme de corte documental sobre el fenómeno de la prostitución en Francia. Claude Mulot, un joven de 30 años que había hecho sus pinitos en producciones soft, debutó en el porno con ‘El sexo que habla’, el estrafalario retrato de una mujer con una vagina parlante, y escribió el guión de ‘Mes nuits avec Alice, Pénélope, Arnold, Maude et Richard’, dirigida por Michel Barny. La explosión del cine porno en Francia tuvo como consecuencia inmediata la celebración, en agosto de ese año, del Primer Festival Internacional de Cine Porno de París. El certamen otorgó el título de mejor película del año a ‘El sexo que habla’ por delante de filmes como ‘Sensations’, de Alberto Ferro, o ‘Screw on Screen’, de Jim Buckley. Desgraciadamente, la iniciativa de crear un festival erótico en la ciudad de la luz no tuvo continuidad.

Por su parte, algunos directores veteranos del sexy de los 60 aprovecharon también la coyuntura para introducirse en el emergente hard francés. El más destacado fue José Bénazeraf, excentrico realizador de la década anterior que había conjuntado erotismo con thriller en algunas películas de éxito. Las secuencias de sexo real que, por imperativos legales, no pudo incluir en esas películas las reunió en ‘Anthologies José Bénazéraf’, una recopilación que se convertiría en uno de los mayores bombazos de taquilla del año. El mismo camino anduvieron otros ilustres veteranos del sexo, como Max Pécas (‘Las mil y una perversiones de Felicia’) y Patrick Aubin.

‘Historia de Joanna’.

SADO, HUMOR Y FANTASÍA

Mientras en Francia se vivía alegremente la llegada del porno a las pantallas, los Estados Unidos confirmaron su liderazgo en la industria con un año prolífico en buenas películas. Gerard Damiano cerró su trilogía dorada sobre las mujeres con ‘Historia de Joanna’, un opresivo filme basado en la novela erótica ‘Historia de Ô’ de Pauline Réage. Dicha película contenía escenas de sadomasoquismo y, como extraña excepción en el mainstream americano, una relación homosexual entre dos hombres. También las mujeres eran protagonistas en ‘Expectation’, de Robert McCallum. El relato de las intrigas de una mujer madura para convertirse en la amante del marido de su hermana sirvió al eficaz McCallum para realizar uno de las películas más pesimistas de la historia del género.

Pero la gran película de aquel año fue ‘Paraíso porno’, de Henry Paris, una recreación del ‘Pygmalion’ de Bernard Shaw filmada con inteligencia por el maestro Metzger. ‘Paraíso porno’ retomaba la tradición de comedia que el porno americano había arrinconado a favor de los intrincados dramas psicológicos para construir una de las películas más atractivas de todos los tiempos. Llena de humor y audacia narrativa, la cinta de Paris oscureció a otros filmes de tono desmadrado que surgieron durante aquel año y que también gozaron de cierto favor entre el público, como ‘Screw on Screen’, de Jim Buckley.

1975 fue el año en que John Holmes alcanzó la categoría de mito del género. Sus películas sobre el detective Johnny Wadd, irreverente remedo del duro investigador que el cine clásico americano había retratado durante décadas, se sucedían a ritmo vertiginoso a causa de su espíritu procaz y el descomunal miembro viril de su protagonista.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en julio de 2000.

La mujer de negro

Michel Ricaud en la dirección y Marc Dorcel en la producción son los dos grandes artífices de la resurrección del cine X francés en la década de los 80. Con extremado cuidado en la puesta de escena y la fotografía, ‘La mujer de negro’ es una de sus películas más emblemáticas.

La femme en noir. Francia. 1988.

Actores: Tracey Adams, Robert Malone, Sandra Nova, Vivian Kaster, Emmanuelle Vincent, Christophe Clark, Eric Balad, Marie-Christine Covi, Sylvie Mare, Nathalie Marel, Phillippe Soine, Jêrome Proust.

Producción: Marc Dorcel

Dirección: Michel Ricaud

Michel Ricaud era un realizador de películas eróticas cuando el cine X consiguió la definitiva legalización en Francia. Consecuentemente, la carrera de Ricaud debería de haberse orientado hacia la realización de filmes porno, como otros colegas suyos que no tardaron en dar el salto a la dirección de productos con sexo explícito. Sin embargo, no se encaminó hacia la letra X sino que continuó, de manera más o menos tangencial, ligado al mundo del sexo con colaboraciones periodísticas en diversas revistas eróticas.

El cine X había caído en desgracia en Francia después de haber vivivo su época dorada durante la segunda mitad de la década de los 70. El siempre apasionado aficionado francés se retrajo de acudir a las salas y la calidad de las producciones descendió en picado. En 1980, Michel Ricaud debutó en el alicaído panorama del porno galo con una mediocre cinta, ‘Baisodrome pour échangistes’, en la que no obstante ya mostraba una especial preocupación por la calidad de los números eróticos y una minuciosa fotografía. No fue hasta 1988 cuando Ricaud, al comenzar a trabajar con la productora Video Marc Dorcel, conocería su etapa de esplendor. El tándem Dorcel-Ricaud serían los responsables del renacimiento del género en Francia basándose en una curiosa contradicción. Mientras que en el resto de países productores de cine X el soporte de vídeo había actuado como lastre cualitativo, al permitir dicho soporte el abaratamiento de los costes y, en consecuencia, el descuido en la puesta en escena, Ricaud y Dorcel se plantearon explotar al máximo las posibilidades del vídeo tanto en la factura visual como en el aprovechamiento del presupuesto para rodear de suntuosidad a las películas.

Un buen ejemplo de ello es ‘La mujer de negro’, una de las primeras colaboraciones entre ambos. Con una cuidada fotografía, unas localizaciones estudiadas y un desarrollo argumental muy sólido, la película se introduce en el mundo del cine X por medio de la mirada de un empresario fetichista obsesionado por una actriz. Este ejercicio de metalenguaje cinematográfico no utilizaba, como otras películas de similar trama, la excusa del cine dentro del cine para enmascarar los errores, tantas veces perdonados en aras de un excitante número sexual, sino que estaba realizado con una impecable técnica, fruto del conocimiento del medio por parte de sus creadores.

‘La mujer de negro’ es, básicamente, la historia de una obsesión. Una estupenda alegoría de la mirada en el cine X a través de los ojos de un espectador que desea introducirse en el medio para dar rienda suelta a sus fantasías. Y, por ende, una disección en los entresijos del universo porno que hará las delicias de aquellos que acostumbran a acercarse al género con la curiosidad de quien se siente atrapado por sus imágenes.

TRACEY ADAMS, LOS PECHOS DEL CINE X

Aunque el nombre de Tracy Adams figura en los créditos de algunas películas de los 70, la verdadera Tracey Adams se inició en el mundo del porno en 1985 con ‘Dangerous Desiree’, de Lawrence T. Coyle. Pese a ser oriunda de Maryland, Adams ha pasado a la historia del género por ser una de las primeras actrices americanas en trabajar en el porno europeo. Primero a las órdenes de Mario Salieri, con el que filmó ‘Vietnam Store’ y, a partir de 1988, en Francia, donde protagonizó seis películas dirigidas por Michel Ricaud, entre ellas ‘Les putes de l’autoroute’ y ‘La mujer de negro’. Dotada de un espectacular perímetro torácico, nunca aclarado si debido a la cirugía o a la gimnasia, Tracey Adams participó en más de 300 películas, más de un centenar de ellas en Europa, hasta su retirada parcial de las pantallas en 1992. Desde entonces sólo se ha prodigado esporádicas apariciones para filmes de diversa temática (gang-bang, bondage) que son muy apreciados por su extensa nómina de admiradores.

SINOPSIS ARGUMENTAL

Un rico empresario vive obsesionado por una actriz de cine X a la que ha visto en una película vestida con ropajes negros. Su perversión es tal que, en sus relaciones sexuales, intenta reproducir el fetichismo de la mujer de negro en todos sus amantes. Decidido a conseguir a su obscuro objeto de deseo, se convierte en productor de una película porno para la que contratará a su actriz favorita. Durante la filmación, vivirá de cerca los problemas de la producción y los avatares del rodaje. Finalmente la película se acaba y el empresario decide invitar, en sesión privada, a las dos protagonistas de la cinta para visionar en compañía el resultado final. Tras la proyección, pide a las actrices que se desnuden para poder reproducir en la realidad lo que han fingido en la pantalla. Las dos profesionales acceden y conseguirán, con ello, la liberalización definitiva de los fantasmas del neófito productor.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en julio de 2000.

El sexo que habla

La disparatada historia de una vagina parlante constituyó el primer gran éxito del cine X francés contemporáneo. Frédéric Lansac y Francis Leroi asumieron el reto de llevar adelante un film que traspasara al Viejo Continente los exitosos esquemas narrativos del “hard” americano.

Le sexe qui parle. Francia. 1975

Actores: Pénélope Lamour, Neal Hortzs, Sylvia Bourdon, Béatrice Harnois, Helen Coupey, Vicky Messica, Danielle Negre, Claude Dupont, Luis Andersen, Frank Lefeuvre, Roger Merle, Suzy Wyss, Emmanuelle Domme, Jack Gatteau, Pierre Letourneur, Anne Miller.

Producción: Francis Leroi.

Dirección: Frédéric Lansac.

En la primavera de 1975, Francia legalizó definitivamente el porno. Atrás habían quedado años de indefinición administrativa en los que el cine soft francés se había situado a la vanguardia del cine erótico europeo con producciones como ‘Emmanuelle’, de Just Jaeckin, o ‘Yo soy ninfómana’, de Max Pecas. Definitivamente en abril de 1975 la administración gala autorizó la exhibición de películas pornográficas.

Los franceses acogieron con inusitado entusiasmo la legalización del porno. Acudieron en tropel a las salas especializadas y provocaron éxitos de taquilla en casi una cincuentena de títulos, provenientes en su mayoría de los Estados Unidos. Sólo faltaba que la potente industria gala de cine soft se reciclara hacia la producción de filmes hard para completar el proceso de normalización.

La revolución del cine porno francés vino de la mano de veteranos realizadores de cine sexy, como José Bénazéraf, Lucien Hustaix o Max Pecas, y de jóvenes directores que no habían triunfado en el cine comercial, como Jean-François Davy o Alain Payet.

En ese contexto, Claude Mulot, un joven de 30 años que había hecho algunas incursiones en el cine erótico (‘Sexyrella’, ‘Les Charnelles’) entró en contacto con Francis Leroi, productor de cine soft en los primeros años de la década de los 70. Ambos habían leído unas provocativas declaraciones de Linda Lovelace en la que afirmaba que “aunque mi clítoris no esté situado exactamente ahí, gozo cada vez que me penetran la garganta y me besan de esa manera”. Mulot y Leroi decidieron explotar el tratamiento sobre una malformación física que habían visto en ‘Garganta profunda’ adaptándolo al emergente panorama del cine X galo. En poco más de un mes escribieron el guión de una película que, mezclando la comedia, el cine de terror y el porno, jugaba con la inverosímil anécdota de una vagina parlante.

Poco tiempo después, ‘El sexo que habla’ era una realidad. Mulot prefirió utilizar un seudónimo, como había hecho Damiano con ‘Garganta profunda’, para su debut como director de cine X: Frédéric Lansac. La película se presentó a concurso en el primer Festival Internacional de Cine Porno de París, celebrado en agosto de 1975 al calor de la ola de pasión por el porno que invadió Francia, donde obtuvo el primer premio delante de películas como ‘Penetration’, de Lasse Braun, o ‘Screw on Screen’, de Jim Buckley. ‘El sexo que habla’ tuvo una importante acogida entre el público y la crítica, pero su expansión se vio frenada por el decreto de 31 de octubre de 1975 que regulaba “la exhibición de filmes pornográficos o de incitación a la violencia”. Dicho decreto, copiado años más tarde por los legisladores españoles, ponía muchas trabas administrativas a la difusión del cine X, gravaba fiscalmente con saña al porno y relegaba a estas producciones al gueto de las salas especializadas, lo que alejó al gran público de su lado.

UN PUÑADO DE FRANCESITAS

El cine X francés contó, desde sus comienzos, con la infraestructura del exitoso “sexy” de finales de los 60. También en sus actrices. Jóvenes influenciadas por la cultura libertina de los primeros 70 se lanzaron a la aventura de protagonizar películas X sin demasiados problemas morales. ‘El sexo que habla’ reúne en su reparto a algunas de las primeras estrellas del porno galo. La sensual Pénélope Lamour encarna a Joëlle con su mirada inocente y Béatrice Harnois es el mismo personaje pero en sus años adolescentes. Al lado de ambas destaca la presencia de la exuberante Sylvia Bourdon, una explosiva rubia que fue una de las actrices más solicitadas por el público a causa de su encomiable entrega en las escenas eróticas. Ninguna de ellas logró la notoriedad de Claudine Beccarie, verdadera estrella de la época, o de las posteriores Brigitte Lahaie y Marilyn Jess.

SINOPSIS ARGUMENTAL

Joëlle, una joven publicitaria felizmente casada, descubre un día que su vagina tiene la facultad de hablar. Al principio, el sexo parlanchín limita sus intervenciones al ámbito privado, señalando la insatisfacción sexual que padece pese a que la boca de Joëlle afirma lo contrario. Sin embargo, la vagina indiscreta decide un día comenzar a hablar en público, lo que provoca algunos problemas para su propietaria y el inmediato interés de los medios de comunicación, a la búsqueda de una gran exclusiva. Eric, su marido, preocupado por la locuacidad del sexo de su amada, descubre finalmente que tras la cándida inocencia de Joëlle se esconde una mujer con un pasado turbulento, que perdió la virginidad en un juego infantil y, posteriormente, se lanzó a una desefrenada carrera en el vicio. Eric decidirá acabar con la rebelión del sexo de Joëlle con su más valiosa mordaza: su propio pene.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en junio de 2000.

4. La edad de oro del ‘cinéma polisson’

Si los Estados Unidos poseían una notable industria clandestina de “stag films” a comienzos de los años 30, Francia vivía su particular “âge d’or” del cine licencioso o “cinéma polisson”. Desde 1920 hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se produjeron más de 50 películas porno al año en Francia, que eran distribuidas entre particulares y propietarios de burdeles al módico precio de 100 francos la cinta. La enorme acogida de este tipo de cine se vio favorecida por la permisividad de las autoridades y, principalmente, por la comercialización de un pequeño proyector de la casa Pathé, el Pathé-baby, que permitía disfrutar del sexo filmado en la intimidad del hogar. Para la difusión de las cintas, las distribuidoras insertaban unos anuncios de venta en revistas eróticas que garantizaban el anonimato al comprador y ofrecían un amplio catálogo de títulos a su disposición.

Estas circunstancias provocaron una desmedida demanda de material pornográfico que se tradujo en pequeños cortometrajes, de no más de diez minutos de duración, sobre los más variados temas y con el sexo como protagonista principal. Aparte de Henri Dominique y Bernard Natan, los primeros “especialistas” del género, un buen número de anónimos creadores se apuntaron al carro del “cinema polisson” sin mayores pretensiones que las de ganar un buen puñado de francos con sus películas. De su trabajo quedan constancia títulos como ‘À byciclette’, ‘Sous le parasol’ o ‘Plein air’, películas de temática campestre que constituyeron grandes éxitos en los prostíbulos del París de entreguerras.

Proyector Pathé Baby.

A medida que estos filmes fueron dando beneficios a sus creadores, los contenidos de las películas comenzaron a ser más atrevidos. Así por ejemplo, en “A Bare Interlude”, film que conserva su nombre en inglés por haberse encontrado sólo una copia en los Estados Unidos, aparece por primera vez una secuencia de afeitado púbico y una penetración vaginal con el puño. No es exclusiva de Francia esta “liberalización” de las costumbres: en ‘A Stiff Game’, un “stag film” americano de la década de los 30 hay ya escenas de lluvia dorada, homosexualidad masculina y sexo interracial.

El gran momento del “cinéma polisson” se truncó abruptamente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El horror de la contienda hizo olvidar a los franceses un tipo de cine que proporcionaba enormes beneficios no sólo por su distribución interna sino por su capacidad de exportación. De hecho, gran parte de las películas que dio el “cinema polisson” francés han podido ser recuperadas por formar parte de colecciones privadas en Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Italia, España y Alemania, donde aparecen estos filmes con los títulos y los carteles explicativos traducidos a la lengua del país importador. Pero todo esto se lo llevó la guerra. A partir de entonces, con el cierre de burdeles y el recrudecimiento de la censura, la industria del cine porno pasó a ser patrimonio casi exclusivo de los norteamericanos.

Filme porno francés de los años 20.

MÉXICO LINDO Y CANINO

Por su proximidad con la frontera estadounidense, México se convirtió, entre 1930 y 1950, en uno de los centros de producción de cortometrajes clandestinos. Curiosamente, la variante mexicana de los “stag films” estaba orientada hacia la zoofilia. Financiadas posiblemente con capital americano, las películas licenciosas mexicanas tenían al perro como singular protagonista, obligado a retozar con prostitutas en lúgubres habitaciones mal iluminadas. Títulos como ‘Rin Tin Mexicano’, ‘A Hunter and His Dog’ o ‘El perro masajista’ nos pueden dar una idea del tipo de cintas que producía México para la exportación a los Estados Unidos. Además de esta peculiar variante del género, el país azteca también produjo algunos cortometrajes más convencionales (‘Mexican Honeymoon’) o sirvió de escenario para algunas cintas de realizadores del Sur de California (‘Mexican Dream’, ‘Mexican Big Dick’).

EL CÓDIGO HAYES

En febrero de 1930, William Hayes, presidente de la Motion Picture Producers and Distributors of America Association (MPPDA) creó un código ético que se impondría sobre la industria de Hollywood durante más de 20 años. El control de sus normas se llevaría a cabo por un departamento especial dirigido por Joseph Breen Dicho código imponía una férrea censura sobre el cine convencional, cada vez más proclive a incluir algo de sexo en sus películas, prohibiendo mostrar en escena la violencia, los desnudos, la cohabitación matrimonial y hasta las operaciones quirúrgicas. Como consecuencia de este absurdo código, empezaron a proliferar en los Estados Unidos las “exploitation movies” o “sexploitation”, filmes clandestinos que explotaban lo escabroso para introducir desnudos o consumo de drogas a la menor excusa. Las películas de “sexploitation” constituirían, durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la cuna del sexo en el cine hasta la legalización definitiva del porno.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en mayo de 2000.

2. El nacimiento del porno

Probablemente entre los asistentes a la presentación en sociedad del cinematógrafo de los hermanos Lumière se encontraría alguna mente avispada que pensó que aquel invento, que podía reflejar tan fidedignamente la llegada de un tren a la estación, era susceptible de ser utilizado como objeto para el goce visual del espectador, como lo había sido la fotografía unas décadas antes. Porque, paralelamente al comienzo de la producción de películas como elemento casi de ilusionismo, el cine empezó a mostrar sexo en todo su esplendor. Los cortometrajes que mostraban desnudos femeninos, en el vestidor o en el baño, tuvieron su época de esplendor en Francia durante el tránsito entre los dos siglos y hasta el recrudecimiento de la censura, hacia 1905. El cine erótico pasó, por la coyuntura legal, a distribuirse clandestinamente, lo que provocó, por un lado, la marginación del género, y, en contraposición, el atrevimiento de quienes lo realizaban para incluir escenas de sexo explícito.

Durante estos titubeantes años, se cree que Buenos Aires capitalizó la producción de cortometrajes clandestinos. Esta circunstancia, sobre la que los historiadores albergan muchas dudas, se basa en testimonios como el relato de Louis Sheaffer, en la biografía del escritor Eugene O’Neill, donde cuenta la impresión que produjo al dramaturgo norteamericano su visita a una sala de cine X en los arrabales bonaerenses, y la constancia física de un cortometraje singular: ‘El Satario’, que cuenta los juegos eróticos de un demonio con una ninfa que es sorprendida bañándose en el río con dos compañeras.

‘El Satario’ (1907).

A pesar de la posible existencia del mercado argentino, se considera que el cine porno como tal nació en Francia. Con el oscurantismo que supuso la distribución ilegal de películas, el consumidor de estos filmes (principalmente burgués) comenzó a demandar algo más que escenas de sexo. Esta circunstancia propició la aparición de breves tramas argumentales, que justificaran las relaciones sexuales, cuyo principal cometido era el de dotar de cierta verosimilitud a la acción. Si en 1907 encontramos todavía un corto como ‘Le voyeur’ que recurre a la anécdota del mirón que, excitado cuando espía a una dama, decide seducirla, en ‘Le bonne auberge’ (1908) ya se percibe la intención de crear una situación dramática que justifique la escena de sexo: en la Francia de Luis XIII, un mosquetero acude a una posada a saciar su hambre pero acaba degustando los manjares carnales que le ofrecen dos camareras.

Esta incipiente industria de cine porno recibió en Francia el nombre de “cinema polisson” (cine licencioso) y, pese a lo intrincado de su funcionamiento, constituyó un notable negocio. Las películas eran adquiridas por clientes adinerados (entre los que se encontraban el Sha de Persia o el rey Faruk de Egipto) para su proyección en sesiones exclusivas. Del mismo modo, los prostíbulos europeos de más renombre poseían sus propios equipos de proyección y un completo repertorio de películas porno para entretener, más si cabe, a sus clientes.

En los Estados Unidos estos cortometrajes clandestinos recibieron el nombre de “smokers”, pues se exhibían en clubes privados masculinos donde, además del visionado de estos filmes, se fumaba opio. Posteriormente se acuñó el término “stag films” (películas sólo para hombres) para designar a este cine sicalíptico.

‘Aprés le bal’ (Georges Mélies, 1897).

UN CINE CON ARGUMENTO

Aunque el primer cine licencioso que se conoce concede una importancia desmedida a las escenas sexuales, los realizadores contaron con todo un catálogo de situaciones para envolver de acción dramática sus películas. El periodista norteamericano William Rostler ha listado las tramas argumentales del primitivo porno en:

1. Una mujer sola se masturba con sus manos o con algún objeto fálico. Llega un hombre, lo invita a entrar y comienza el juego sexual.

2. Una granjera se excita viendo a los animales copular. La encuentra un campesino o un vendedor y comienza el juego sexual.

3. Un doctor comienza a examinar a una paciente y acaba practicando el sexo con ella.

4. Un ladrón sorprende a una mujer en la cama o la rapta.

5. Una bañista que toma el sol es seducida.

LOS PÍCAROS PIONEROS

Antes de la ofensiva de la censura, en Francia y los Estados Unidos los verdaderos pioneros del cine, aquellos que han pasado ha la historia como los iniciadores del arte cinematográfico, combinaron la realización de películas “naturalistas” con la filmación de productos más o menos licenciosos. En América, la proyección del corto ‘The kiss’ provocó una encendida polémica por la reacción de los sectores más conservadores a causa de la minuciosidad con que se ofrecía un prolongado beso entre los actores May Irvin y John Rice. Los primeros directores eróticos europeos fueron el francés Eugène Pirou (‘Le coucher de la mariée’, ‘La puce’) y el italiano Giuseppe de Liguoro (‘L’inferno’). Georges Méliès, uno de los directores clásicos del cine primitivo, fue el primero en desafiar su bien ganado prestigio con la realización de ‘Aprés le bal’ (1897), donde su amante Jehanne d’Alcy aparecía cubierta con una malla de color rosado que producía la ilusión, tan típica en Méliès, de que en realidad estaba completamente desnuda.

Publicado en Interviu, dentro de la colección ‘Las mejores películas del cine X’, en mayo de 2000.

La bella lionesa

Hace poco más de un año que Cléa Gaultier (Lyon, Francia, 1990) vive en Calafell, un pequeño pueblo junto al mar a 60 kilómetros al sur de Barcelona. Exactamente el mismo tiempo que esta mujer de hechizantes ojos verdes, con sangre libanesa en sus venas y un cuerpo modelado en el gimnasio y en la danza clásica, se dedica al porno. Junto con su pareja, el también actor X Anthony Gaultier, que la acompaña durante la entrevista, decidieron un día dejarlo todo y venirse a España para trabajar practicando el sexo delante de las cámaras. Ahora han comenzado a recoger los frutos de aquella decisión no premeditada en forma de escenas para Penthouse, Private o Hard X, y con la esperanza de conquistar algún día el porno americano. Cléa estudió Filosofía y Psicología en la facultad antes de independizarse de sus padres y de comenzar a posar como modelo de lencería para diversas publicaciones y a desfilar en las pasarelas. Un día, Anthony le sacó unas fotos eróticas y las envió a Marc Dorcel con la intención de que el todopoderoso productor y distribuidor galo se fijara en ellas. “No lo conocía de nada, no había visto ninguna de las películas que produce y, de hecho, pensé que no nos iban a hacer ni caso”, dice Cléa al recordar el fundamental paso que dio en la vida. Unas semanas más tarde, recibió una llamada de Hervé Bodilis, director francés que trabaja para Dorcel, para que participara en una de sus películas. “Tenía 25 años, que es una edad muy tardía para entrar en el porno, pero para mí es perfecta, porque si hubiera empezado a los 18 no habría sabido lo que estaba haciendo. Yo a los 18 años todavía era una niña, no estaba preparada para tomar una decisión como esa”, recuerda. La primera escena la hizo con Anthony y le sirvió para aprender y expresar su vena exhibicionista.

Pero sus comienzos no fueron tan fáciles: “Tenía una mentalidad muy tradicional en cuestiones de sexo y había cosas que me chocaban, pero no puedo decir que no me gustaran, simplemente que no las conocía”. ¿Por ejemplo? “Me costaba mucho hacer anales, y las dobles penetraciones ni te cuento”. Poco a poco fue adaptándose, como ella misma define la práctica que fue adquiriendo hasta conseguir sentirse cómoda cuando lo hacía por la puerta trasera de su anatomía. “Creo que una actriz ha de estar dispuesta a hacer anales para progresar en su carrera y, si te quieres ir a los Estados Unidos a trabajar, es algo del todo imprescindible”, opina.

Cléa Gaultier para ‘Primera Línea’ (Foto: LMD PHOTO)

De ese aprendizaje se deduce que la vida sexual de Cléa antes de comenzar a trabajar en el porno no fue un prodigio de osadía. “Lo más original que había hecho es montármelo en sitios raros, al exterior o en lugares que me excitaban, pero todo dentro de lo que se puede considerar como sexo tradicional”, explica. Es por ello que Gaultier piensa que el porno ha sido una escuela sexual para ella: “Lo he descubierto todo; jamás había estado en la cama con una mujer, no había hecho un anal, ni un trío, ni una garganta profunda. Esas experiencias me las ha dado el porno”. Aun así, Cléa reconoce que no ve sus escenas, una vez filmadas. “Soy demasiado crítica conmigo misma”, dice entre risas para confesar que antes de entrar en este negocio veía “cine erótico en la televisión, pero no porno, porque prefiero el erotismo a la pornografía”.

La actriz lionesa está encantada de residir a pocos metros del mar. Amante de la playa y la montaña, Cléa también nos desvela que es una fanática de los gimnasios: “Antes de empezar a hacer porno me pasaba los días en el gimnasio. Ahora tengo menos tiempo. Además, estudié danza clásica durante muchos años, lo que me ha dado mucha flexibilidad”, dice. Aficionada a los viajes (“es lo mejor del porno, porque soy muy viajera”), amante de los animales (“tengo dos conejos en casa”), seguidora de series como ‘Friends’ y ‘Dexter’, y obsesa del chocolate (“es mi perdición y la de mi dieta”), Cléa Gaultier también es una buena aficionada al cine, del que prefiere las películas de acción y las comedias, pero que, a la hora de elegir sus películas favoritas, se queda con ‘Cisne negro’ [de Darren Aronofsky], “porque me gusta la danza clásica, Natalie Portman está magnífica y la historia te atrapa”, y la francesa ‘Five’ [de Igor Gotesman], inédita en España y que cuenta “con mucha gracia una historia de cinco amigos que deciden vivir juntos”. Es la elección de una chica cuyo sueño sería convertirse algún día en “actriz de cine convencional”, aunque reconoce que dar ese salto “es muy difícil, porque el porno te deja una etiqueta de por vida, sobre todo en Francia, donde la gente es muy crítica con los que han hecho porno”. Aunque también hay excepciones, como la de Clara Morgane. “Ella supo aprovechar para sus intereses el haber hecho cine X. Me encantaría llegar a poder hacer lo mismo que ella”, concluye.

Publicado en ‘Primera Línea’ en 2017. Puedes descargar el original aquí:

Escribir después de follar

La aparición de Amarna Miller supuso una refrescante novedad en el porno español. Por primera vez en nuestro país, una actriz X trascendía las barreras de su profesión y era capaz de convertirse en un personaje mediático por su capacidad para hilvanar un discurso en el que el porno era una faceta más de sus inquietudes culturales y sociales, articuladas en un discurso feminista y sexualmente liberal. Sin embargo, en Francia, la figura de la actriz porno intelectual es una tradición que se remonta a 1975, cuando Claudine Beccarie se convirtió en un personaje mediático a raíz del estreno de ‘Exhibition’, de Jean François Davy, un documental basado en su persona que revolucionaría el cine francés. Después, actrices como Brigitte Lahaie o Catherine Ringer demostraron que las mujeres que hacían cine para adultos tenían una vida mucho más interesante que la que se deriva de follar en pantalla. Y, ya en este siglo, emergió la figura de Ovidie, la abanderada del cine X feminista.

Junto con Ovidie, la parisina Coralie es la figura más importante del X galo en su compromiso por un porno digno. De origen alemán y vietnamita -sus apellidos son Gengenbach y Trinh Thi-, Coralie nació en noviembre de 1976 y aprendió a leer y a escribir a los tres años, algo que le marcaría la vida. «No he dejado de leer desde entonces», declaró en una entrevista para la página web especializada en literatura AcuaLitté, «estaba predestinada para la literatura». De hecho, estudió literatura antes de comenzar su carrera como escritora pero su afán exhibicionista la hizo grabar algunos vídeos no profesionales en los que no figuraba su nombre. El salto definitivo al porno lo daría en 1994, cuando participó en ‘Exhibition à Paris’, un arriesgado filme X de Patrice Cabanel en el que se encadenaban escenas sexuales rodadas en escenarios reales, como la que protagonizaban ella y Hervé-Pierre Gustave en los pasillos del metro.

Coralie Trinh Thi.

En los seis años siguientes, Colarie trabajó en medio centenar de películas pornográficas, a las órdenes de directores como Pierre Woodman (‘The Tower’), Mario Salieri (‘La fuga de Albania’), Andrew Blake (‘Paris Chic’) o Marc Dorcel (‘La princesa y la puta’), además de algunas pequeñas intervenciones en películas de terror de serie B, como ‘Terror of Prehistoric Bloody Monster from Space’), e incluso de cine de autor, caso de ‘El corazón fantasma’, de Philippe Garrel. Mientras tanto, descubría otras facetas de la sexualidad gracias a su amistad con Virginie Despentes. Ambas codirigieron, en 1999, ‘Fóllame’, adaptación de la novela homónima de Despentes que se estrenó en salas comerciales en medio de una importante controversia en varios países, ya que el filme (un thriller de venganzas y mafias) incluía escenas de sexo explícito.

En 2001, Coralie dejó el porno para centrarse en su carrera como escritora, una actividad «separada de mi trabajo como actriz», explicaba. Consiguió trabajo como crítica musical en la revista ‘Rock and Folk’ y, un año más tarde publicó ‘Betty Monde’, una novela centrada en las andanzas de un grupo de heavy metal que incluía sexo, drogas y rock’n roll. Además de escribir varios libros de carácter divulgativo sobre sexualidad, en 2008 publicó su autobiografía, titulada ‘La voie humide’.

El hombre del pelo tatuado

Pocas veces el porno ofrece la oportunidad a uno de sus actores de convertirse en estrella del cine convencional. Si acaso, los antecedentes de actores o actrices que han logrado eso que los americanos llaman “cross over” se limitan a pequeños papeles secundarios en películas comerciales. Baste recordar que Ron Jeremy, el actor de cine X que en más ocasiones ha trabajado en películas convencionales, nunca pasó la barrera de ser un actor de reparto en las producciones en las que participó. La única excepción a esta regla la constituye la norteamericana Sasha Grey, quien ha sido protagonista de filmes como ‘The Girlfriend Experience’, de Steven Soderberg, u ‘Open Windows’, de Nacho Vigalondo.

Todavía es más complicado que un actor X llegue al cine comercial si se trata de un intérprete del circuito gay. François Sagat, nacido en Cognac (Francia) hace 41 años, lo logró casi sin darse cuenta. Dos películas protagonizadas por el musculoso actor de cine X gay se presentaron a la vez en la 63 edición del Festival de Film de Locarno, celebrada en agosto de 2010. Locarno es el certamen que representa mejor que ninguno el tipo de cine árido y pensativo que gusta a una categoría de cinéfilos surgida a mediados de los años 60, al calor de los cine-clubes y las revistas especializadas como ‘Cahiers de Cinéma’.

Sagat trabajó como modelo desde los 18 años, cuando marchó a París para trabajar en el mundo de la moda y para estudiar diseño. En tres años, el joven galo acabó saturado de un mundo que le apasionaba y decidió continuar su carrera por otros derroteros. Primero como modelo fotográfico en revistas de orientación homosexual y, desde los 25 años, como actor de películas de porno gay. Seis meses después de su debut en Francia, Sagat aceptó una oferta para trabajar en los Estados Unidos, donde debutó en la película ‘Arabesque’, de Chris Ward.

François Sagat en ‘Homme au bain’ (Christophe Honoré, 2010).

Fue en América donde el actor francés alcanzó la fama. En primer lugar por una característica física que lo hacía singular respecto a sus compañeros de profesión: Sagat lleva el pelo rapado al cero y, en su lugar, se ha tatuado un pelo artificial, de color negro, con el que parece que lleve el cabello cortado casi al rape. Más tarde, el público americano de filmes gay apreció su trabajo en películas como ‘Breathless’ o ‘Funhouse’ y su versatilidad para desempeñar cualquier tipo de rol en la relación sexual.

La oportunidad de introducirse en el cine convencional le llegaría en 2009, cuando Sagat participó en un pequeño papel en ‘Saw VI’, la antepenúltima cinta, hasta el momento, de uno de los slasher más exitosos del siglo XXI en el cine de terror extremo. Ese salto fue definitivo para que un director como Bruce Labruce, el realizador canadiense que con mayor éxito ha experimentado en el campo de la creación en películas de temática homosexual, lo eligiera para protagonizar ‘LA Zombie’, un curioso pastiche de cine sexual y terrorífico que narra la historia de un extraño ser, surgido de las profundidades del mar, que llega a Los Ángeles para resucitar muertos a base de polvos. La película, plagada de efectos especiales (entre ellas un pene de mentiras con extraña protuberancia que exhibe el propio Sagat), se convirtió en poco tiempo en uno de esos filmes de culto que exploran la débil frontera que hay entre el cine erótico convencional y el cine pornográfico.

El siguiente trabajo de Sagat en el cine convencional fue el que le procuró mejores críticas y el reconocimiento de ser algo más que un actor que solo sirve para follar, llegó de la mano del prestigioso director francés Christophe Honoré, cineasta, escritor y guionista, quien le dio el papel protagonista en ‘Homme au bain’, un filme que relataba las peripecias de una pareja a punto de acabar su relación, y en el que compartía créditos con la actriz Chiara Mastroiani.

En mayo de 2013, François Sagat anunció su retirada del cine X. Su idea era intentar proseguir su carrera en el cine convencional, pero sus deseos se quedaron ahí. Un par de papeles en los cortos ‘Remember me’, de Nicolas Martin, y ‘Don’t Panic, I’m Islamic’, de Elvis di Fazio y Ron Wan, son sus únicas incursiones en el cine no pornográfico, aunque el antiguo mito del porno gay ha triunfado como diseñador de su propia marca de ropa interior, ‘Kick Sagat’, que promociona él mismo como modelo.

Nina lo asumió

En dos años y medio de carrera en el porno, Nina Roberts saboreó las mieles del triunfo, llegó a participar en 70 películas y fue considerada una de las más firmes promesas del porno francés. Un día abandonó el porno por amor. Y, en lugar de arrepentirse, asumió su condición de estrella del cine X, que lleva con orgullo.

Todo comenzó en enero de 2003. Nina tenía entonces 21 años, un hijo, un grave problema de anorexia y un montón de sueños rotos. Había crecido en un suburbio de París, con dificultades económicas y una familia rota cuando ella era niña. En aquel enero de 2003, Nina respondió a un anuncio que solicitaba modelos para participar en películas X. Desde su adolescencia había soñado con actuar en el porno.

Cuando le llegó la oportunidad, la aprovechó. Luchó contra el ámbito familiar, que la consideraba una puta por ejercer la profesión de actriz X, contra la industria, en su empeño por utilizar preservativos en todas las escenas que filmaba, y contra un destino que parecía abocarla a una vida de pobreza y penurias.

La bautizaron como Nina Roberts, porque su cara recordaba a la actriz norteamericana Julia Roberts, y, con ese nombre, Nina rodó películas con lo más granado del cine X francés. Con Fred Coppula, en ‘La mujer total´; con Yannick Perrin, en ‘Con imaginación, en internet está la solución’ y ‘Las compañeras más golfas’; con el desaparecido Alain Payet, en ‘chicas para no casarse’; con Fabien Lafait, quien la dio la oportunidad de reencarnarse en Julia Roberts en la versión porno de ‘Novia a la fuga’, titulada para el X ‘New married (ou presque)’; y hasta formó parte del “quién es quién” del porno francés en ‘Fantasías imposibles en París’, la película que resumía 20 años de cine X en el país galo.

Nina Roberts.

En su carrera como actriz de cine X, Nina pasó por todo lo que puede pasar una trabajadora normal. Enfermedades derivadas de su trabajo o su ambiente, relaciones con amigos y enemigos, problemas para compaginar su vida laboral con el cuidado de su hijo, disputas por estar en una empresa u otra, y premios. En 2004 fue elegida starlette del año en Francia por delante de actrices mucho más hermosas y prometedoras.

Pero un buen día de octubre de 2004 lo dejó. Se dio cuenta de que su trabajo, lo que en los dos años y medio anteriores había considerado solo un trabajo, no le satisfacía. Le producía más dolores de cabeza que alegrías. Abandonó porque se había enamorado y pretendía empezar una nueva vida.

Un año más tarde escribió ‘J’assume’, su autobiografía. Un libro desgarrador, en el que cuenta sus experiencias y su paso por el porno y por la vida. Un testimonio de sus vivencias en un mundo que parece distante a todo lo que es la realidad. Lo hizo sin acritud, con el sentimiento de haber pasado dos años maravillosos de su vida, de haber conocido a una gran familia en la que no habitan ninguno de los tópicos que se presuponen al porno desde los sectores más reaccionarios de la sociedad. Nina asumió su pasado y se sintió orgulloso de él porque formaba parte de su vida.

En 2007, cuando ya había roto con la pareja por la cual decidió dejar el porno, volvió al cine X, aunque solo participó en escenas lésbicas, y publicó un segundo libro, ‘Grosse vache’, una novela cuya protagonista es una joven con problemas de bulimia, anorexia y adicción a las drogas. Dos años después, se convirtió en la cantante del grupo de pop punk Pravda, con el nombre de NIN4, pero los problemas económicos la devolvieron al mundo del porno, en el que colabora actualmente como maquilladora, ayudante de producción y, ocasionalmente, realizadora.

El hombre que descubrió a Clara Morgane

En octubre de 2000, Jean Claude Grègory y su novia Emmanuelle, una pareja de marselleses liberales y con ganas de entablar contactos sexuales, acudieron al Salón Hot Vidéo de Paris en busca de contactos con el mundo del porno, un paso más en su relación marcado por la necesidad de ingresos rápidos. Él tenía 23 años y ella 19, y se habían conocido cuatro años antes. Allí le presentaron una serie de filmes de aspecto “amateur” al director Fred Coppula, quienes les propuso trabajar juntos en películas X. Jean Claude y Emmanuelle, ávidos de experiencias diferentes, aceptaron y comenzaron a participar en películas porno dirigidas por el realizador parisino.

Jean Claude Grégory y Emmanuelle Munos se convirtieron así en Greg Centauro y Clara Morgane, la pareja más interesante del cine X francés en la primera década del siglo XX. Bajo el auspicio de la productora Blue One, Centauro y Morgane fueron protagonistas de algunos de los pornos emblemáticos del cine galo en aquellos años, como ‘Orgía a la francesa’. Ya por entonces, Greg Centauro dirigía sus propias películas X, en una faceta, la de director, que compaginaba con la actuación en filmes.

La relación con la que había sido su novia desde los 20 años, la también actriz Clara Morgane, sólo duró hasta 2002. A partir de entonces, los caminos de quienes habían entrado juntos, por amor o por experimentación, en el mundo del porno se bifurcaron. Morgane comenzó a coquetear con sectores más próximos a los circuitos convencionales que al porno, como la presentación del programa dedicado al cine X que emite mensualmente Canal + Francia, ‘Le journal du hard’, la grabación de un álbum de canciones propias o la publicación de su autobiografía, un éxito editorial sin precedentes en Francia. Por su parte, Centauro siguió la estela de aquellos actores europeos que buscaron su futuro en la producción, dirección y actuación a través del gonzo, un filón que han explotado actores como Nacho Vidal, Toni Ribas, Rocco Siffredi o Manuel Ferrara. Como sus predecesores, Centauro supo hacerse un nombre en el marcado norteamericano mientras seguía trabajando en Europa, principalmente en Budapest.

Clara Morgane y Greg Centauro.

Precisamente en la capital húngara le sorprendió la muerte el 26 de marzo de 2011 a Greg Centauro. Las informaciones, contradictorias, hablaron, por una parte, de un ataque al corazón y, por otra, de una sobredosis de drogas. Lo cierto es que, a los 34 años, desapareció de forma repentina uno de los actores más importantes de los últimos años en el cine X europeo, no por sus cualidades interpretativas, cada vez menos necesarias en el mundo del porno, sino por su capacidad de atraer al público hacia un tipo de cine con un alto componente sexual.

Quizás dentro de 20 años nadie recuerde a Greg Centauro por otra cosa que por lo prematuro de su fallecimiento. Quizás no merezca un tributo mayor por una carrera cuyo principal interés estuvo en sus primeros años, cuando, de la mano de Fred Coppula, contribuyó a ser parte de esa generación de oro del cine X francés que sucedió con honor a aquellos actores y directores que habían resucitado al porno galo de la mediocridad a comienzos de la década de los noventa. Pero, si de algo tiene que estar agradecido el porno a Greg Centauro, es de haber logrado, con sus artes seductoras, que una mujer como Clara Morgane, epítome de la francesita de clase media con cierta cultura y liberales gustos sexuales, entrara en el porno y permaneciera en él durante un lustro. Ese será, al fin y al cabo, el mayor mérito que debería figurar en el epitafio de Greg Centauro.