Escribir después de follar

La aparición de Amarna Miller supuso una refrescante novedad en el porno español. Por primera vez en nuestro país, una actriz X trascendía las barreras de su profesión y era capaz de convertirse en un personaje mediático por su capacidad para hilvanar un discurso en el que el porno era una faceta más de sus inquietudes culturales y sociales, articuladas en un discurso feminista y sexualmente liberal. Sin embargo, en Francia, la figura de la actriz porno intelectual es una tradición que se remonta a 1975, cuando Claudine Beccarie se convirtió en un personaje mediático a raíz del estreno de ‘Exhibition’, de Jean François Davy, un documental basado en su persona que revolucionaría el cine francés. Después, actrices como Brigitte Lahaie o Catherine Ringer demostraron que las mujeres que hacían cine para adultos tenían una vida mucho más interesante que la que se deriva de follar en pantalla. Y, ya en este siglo, emergió la figura de Ovidie, la abanderada del cine X feminista.

Junto con Ovidie, la parisina Coralie es la figura más importante del X galo en su compromiso por un porno digno. De origen alemán y vietnamita -sus apellidos son Gengenbach y Trinh Thi-, Coralie nació en noviembre de 1976 y aprendió a leer y a escribir a los tres años, algo que le marcaría la vida. «No he dejado de leer desde entonces», declaró en una entrevista para la página web especializada en literatura AcuaLitté, «estaba predestinada para la literatura». De hecho, estudió literatura antes de comenzar su carrera como escritora pero su afán exhibicionista la hizo grabar algunos vídeos no profesionales en los que no figuraba su nombre. El salto definitivo al porno lo daría en 1994, cuando participó en ‘Exhibition à Paris’, un arriesgado filme X de Patrice Cabanel en el que se encadenaban escenas sexuales rodadas en escenarios reales, como la que protagonizaban ella y Hervé-Pierre Gustave en los pasillos del metro.

Coralie Trinh Thi.

En los seis años siguientes, Colarie trabajó en medio centenar de películas pornográficas, a las órdenes de directores como Pierre Woodman (‘The Tower’), Mario Salieri (‘La fuga de Albania’), Andrew Blake (‘Paris Chic’) o Marc Dorcel (‘La princesa y la puta’), además de algunas pequeñas intervenciones en películas de terror de serie B, como ‘Terror of Prehistoric Bloody Monster from Space’), e incluso de cine de autor, caso de ‘El corazón fantasma’, de Philippe Garrel. Mientras tanto, descubría otras facetas de la sexualidad gracias a su amistad con Virginie Despentes. Ambas codirigieron, en 1999, ‘Fóllame’, adaptación de la novela homónima de Despentes que se estrenó en salas comerciales en medio de una importante controversia en varios países, ya que el filme (un thriller de venganzas y mafias) incluía escenas de sexo explícito.

En 2001, Coralie dejó el porno para centrarse en su carrera como escritora, una actividad «separada de mi trabajo como actriz», explicaba. Consiguió trabajo como crítica musical en la revista ‘Rock and Folk’ y, un año más tarde publicó ‘Betty Monde’, una novela centrada en las andanzas de un grupo de heavy metal que incluía sexo, drogas y rock’n roll. Además de escribir varios libros de carácter divulgativo sobre sexualidad, en 2008 publicó su autobiografía, titulada ‘La voie humide’.

Nina lo asumió

En dos años y medio de carrera en el porno, Nina Roberts saboreó las mieles del triunfo, llegó a participar en 70 películas y fue considerada una de las más firmes promesas del porno francés. Un día abandonó el porno por amor. Y, en lugar de arrepentirse, asumió su condición de estrella del cine X, que lleva con orgullo.

Todo comenzó en enero de 2003. Nina tenía entonces 21 años, un hijo, un grave problema de anorexia y un montón de sueños rotos. Había crecido en un suburbio de París, con dificultades económicas y una familia rota cuando ella era niña. En aquel enero de 2003, Nina respondió a un anuncio que solicitaba modelos para participar en películas X. Desde su adolescencia había soñado con actuar en el porno.

Cuando le llegó la oportunidad, la aprovechó. Luchó contra el ámbito familiar, que la consideraba una puta por ejercer la profesión de actriz X, contra la industria, en su empeño por utilizar preservativos en todas las escenas que filmaba, y contra un destino que parecía abocarla a una vida de pobreza y penurias.

La bautizaron como Nina Roberts, porque su cara recordaba a la actriz norteamericana Julia Roberts, y, con ese nombre, Nina rodó películas con lo más granado del cine X francés. Con Fred Coppula, en ‘La mujer total´; con Yannick Perrin, en ‘Con imaginación, en internet está la solución’ y ‘Las compañeras más golfas’; con el desaparecido Alain Payet, en ‘chicas para no casarse’; con Fabien Lafait, quien la dio la oportunidad de reencarnarse en Julia Roberts en la versión porno de ‘Novia a la fuga’, titulada para el X ‘New married (ou presque)’; y hasta formó parte del “quién es quién” del porno francés en ‘Fantasías imposibles en París’, la película que resumía 20 años de cine X en el país galo.

Nina Roberts.

En su carrera como actriz de cine X, Nina pasó por todo lo que puede pasar una trabajadora normal. Enfermedades derivadas de su trabajo o su ambiente, relaciones con amigos y enemigos, problemas para compaginar su vida laboral con el cuidado de su hijo, disputas por estar en una empresa u otra, y premios. En 2004 fue elegida starlette del año en Francia por delante de actrices mucho más hermosas y prometedoras.

Pero un buen día de octubre de 2004 lo dejó. Se dio cuenta de que su trabajo, lo que en los dos años y medio anteriores había considerado solo un trabajo, no le satisfacía. Le producía más dolores de cabeza que alegrías. Abandonó porque se había enamorado y pretendía empezar una nueva vida.

Un año más tarde escribió ‘J’assume’, su autobiografía. Un libro desgarrador, en el que cuenta sus experiencias y su paso por el porno y por la vida. Un testimonio de sus vivencias en un mundo que parece distante a todo lo que es la realidad. Lo hizo sin acritud, con el sentimiento de haber pasado dos años maravillosos de su vida, de haber conocido a una gran familia en la que no habitan ninguno de los tópicos que se presuponen al porno desde los sectores más reaccionarios de la sociedad. Nina asumió su pasado y se sintió orgulloso de él porque formaba parte de su vida.

En 2007, cuando ya había roto con la pareja por la cual decidió dejar el porno, volvió al cine X, aunque solo participó en escenas lésbicas, y publicó un segundo libro, ‘Grosse vache’, una novela cuya protagonista es una joven con problemas de bulimia, anorexia y adicción a las drogas. Dos años después, se convirtió en la cantante del grupo de pop punk Pravda, con el nombre de NIN4, pero los problemas económicos la devolvieron al mundo del porno, en el que colabora actualmente como maquilladora, ayudante de producción y, ocasionalmente, realizadora.

El hombre que descubrió a Clara Morgane

En octubre de 2000, Jean Claude Grègory y su novia Emmanuelle, una pareja de marselleses liberales y con ganas de entablar contactos sexuales, acudieron al Salón Hot Vidéo de Paris en busca de contactos con el mundo del porno, un paso más en su relación marcado por la necesidad de ingresos rápidos. Él tenía 23 años y ella 19, y se habían conocido cuatro años antes. Allí le presentaron una serie de filmes de aspecto “amateur” al director Fred Coppula, quienes les propuso trabajar juntos en películas X. Jean Claude y Emmanuelle, ávidos de experiencias diferentes, aceptaron y comenzaron a participar en películas porno dirigidas por el realizador parisino.

Jean Claude Grégory y Emmanuelle Munos se convirtieron así en Greg Centauro y Clara Morgane, la pareja más interesante del cine X francés en la primera década del siglo XX. Bajo el auspicio de la productora Blue One, Centauro y Morgane fueron protagonistas de algunos de los pornos emblemáticos del cine galo en aquellos años, como ‘Orgía a la francesa’. Ya por entonces, Greg Centauro dirigía sus propias películas X, en una faceta, la de director, que compaginaba con la actuación en filmes.

La relación con la que había sido su novia desde los 20 años, la también actriz Clara Morgane, sólo duró hasta 2002. A partir de entonces, los caminos de quienes habían entrado juntos, por amor o por experimentación, en el mundo del porno se bifurcaron. Morgane comenzó a coquetear con sectores más próximos a los circuitos convencionales que al porno, como la presentación del programa dedicado al cine X que emite mensualmente Canal + Francia, ‘Le journal du hard’, la grabación de un álbum de canciones propias o la publicación de su autobiografía, un éxito editorial sin precedentes en Francia. Por su parte, Centauro siguió la estela de aquellos actores europeos que buscaron su futuro en la producción, dirección y actuación a través del gonzo, un filón que han explotado actores como Nacho Vidal, Toni Ribas, Rocco Siffredi o Manuel Ferrara. Como sus predecesores, Centauro supo hacerse un nombre en el marcado norteamericano mientras seguía trabajando en Europa, principalmente en Budapest.

Clara Morgane y Greg Centauro.

Precisamente en la capital húngara le sorprendió la muerte el 26 de marzo de 2011 a Greg Centauro. Las informaciones, contradictorias, hablaron, por una parte, de un ataque al corazón y, por otra, de una sobredosis de drogas. Lo cierto es que, a los 34 años, desapareció de forma repentina uno de los actores más importantes de los últimos años en el cine X europeo, no por sus cualidades interpretativas, cada vez menos necesarias en el mundo del porno, sino por su capacidad de atraer al público hacia un tipo de cine con un alto componente sexual.

Quizás dentro de 20 años nadie recuerde a Greg Centauro por otra cosa que por lo prematuro de su fallecimiento. Quizás no merezca un tributo mayor por una carrera cuyo principal interés estuvo en sus primeros años, cuando, de la mano de Fred Coppula, contribuyó a ser parte de esa generación de oro del cine X francés que sucedió con honor a aquellos actores y directores que habían resucitado al porno galo de la mediocridad a comienzos de la década de los noventa. Pero, si de algo tiene que estar agradecido el porno a Greg Centauro, es de haber logrado, con sus artes seductoras, que una mujer como Clara Morgane, epítome de la francesita de clase media con cierta cultura y liberales gustos sexuales, entrara en el porno y permaneciera en él durante un lustro. Ese será, al fin y al cabo, el mayor mérito que debería figurar en el epitafio de Greg Centauro.

El extraño destino de Karen

En el verano de 2000 se estrenó en Francia ‘Baise-moi’, la primera película que cuestionaba las fronteras entre el porno y el cine convencional. Clasificada con la fatídica letra X en su país de origen, la película de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi era en realidad un alegato feminista plagado de violencia y sexo explícito, en el que cada escena sexual rompía los moldes de la representación del sexo en la época y en la que la propia trama defendía el poder de la mujer de forma radical.

‘Baise-moi’, estrenada en marzo de 2001 en España con el título de ‘Fóllame’, tenía como protagonista a la actriz gala Karen Bach, una joven lionesa de 27 años que trabajó durante cuatro años en el circuito del prolífico porno francés de la época y que encerraba una curiosa historia personal. Nacida en el seno de una familia burguesa de Lyon, Karen estudiaba comercio cuando se enamoró de Frank Cerone, el hombre con el se casó cuando todavía no había cumplido los 18 años. Su marido, hombre de la noche que ejercía como dj y tenía aficiones libertinas, convenció a Karen para rodar películas porno con la promesa de que solo tendría contacto sexual con él, que se guardarían la extraña fidelidad que existe en los matrimonios endogámicos del planeta triple XXX, y que tan de moda estaban en los años 90. Karen aceptó, pero su fidelidad pornográfica no pasó del debut de ambos en el cine X, en ‘L’indecent aux enfers’, de Marc Dorcel. Divorciada de Cerone, continuó como actriz, perpetrada detrás de los seudónimos de Karen Lancaume o Angel Paris, y rodó una treintena de películas X entre 1996 y 1999, entre ellas algunos clásicos del ‘hard’ francés contemporáneo, como ‘Exhibition 99’, una especie de remake del clásico ‘Exhibition’, de Jean François Davy, puesto al día un cuarto de siglo después y dirigido por Jean Guilloré.

Karen Bach en ‘Baise-moi’ (Virginie Despentes & Coralie Trinh Thi, 2000).

En 1999, Karen decidió abandonar el cine porno para emprender una carrera en el cine convencional. Unos meses después, cuando sus intentos por aparecer en filmes comerciales chocaban contra barreras invisibles -al menos, para ella-, conoció a Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, que preparaban la adaptación al cine de la novela de la primera de ellas, publicada un año antes, y buscaban actrices X que supieran actuar, además de follar delante de una cámara. Bach se replanteó su decisión y se integró en el reparto de ‘Baise-moi’, en el que acabaría interpretando a Nadine, la protagonista de la historia.

Fue su primer papel en el cine convencional y ella, feminista convencida, aprovechó la promoción del filme para arremeter contra los clichés machistas de la industria de entretenimiento para adultos. «¿Por qué las mujeres se abren el culo con las manos para provocar excitación y los hombres no? Lo único que pido es comprensión, igualdad», se despachaba en una entrevista en ‘Libération’ para defender su película: «Baise-moi’ es lo contrario a lo que entendemos como porno».

Fue su primer papel, pero también fue el último. No rodó nunca más porno y no encontró papeles en el cine convencional, a pesar de que se declaraba ilusionada y, en las entrevistas, hablaba de iniciar una nueva vida de la forma más «convencional». Sin embargo, una noche de invierno de 2005, en el apartamento de un amigo del distrito XIV de París, decidió acabar con su vida mediante una sobredosis de medicamentos, no sin antes dejar una nota en la que pedía perdón a sus padres por haber querido abandonar este mundo con solo 32 años.

El perfume de Draghixa

La década de los 90 trajo una verdadera revolución al porno europeo cuando directores y productores aprendieron el extraordinario valor que tenía el vídeo para realizar películas con sexo y, adaptados a unos sistemas de producción dignos del cine de serie B, filmaron algunas de las obras maestras del triple X en el viejo continente. Gente como Marc Dorcel y Michel Ricaud en Francia, Mario Salieri en Italia, Hans Moser en Alemania o José María Ponce en España comprendieron que la mejor manera de hacer porno era con mucha imaginación y una buena factura visual, algo mucho más fácil de conseguir con las cámaras de vídeo que con las de cine. Al rebufo de aquellos visionarios que cambiarían la historia del porno en Europa, una nueva generación de actrices pobló las producciones del X continental, mujeres de notable belleza que, en su mayoría, tuvieron una corta carrera en la industria pero que, al revés que las estrellas de otras décadas, han pasado a la historia y permanecen en la memoria de los buenos aficionados.

Una de las más recordadas es Draghixa, parisina nacida en 1973 de familia de emigrantes croatas. Tras una infancia y adolescencia de lo más convencional, Draghixa trabajó como peluquera hasta que, una noche de 1993, conoció en un club nocturno de Niza a Eric Weiss y se enamoró de él. Las ambiciones futuras de Weiss pasaban por convertirse en una estrella del porno y, en su empeño, convenció a su pareja para probar en el cine X. Bajo la dirección de Michel Ricaud y la producción de Marc Dorcel, la pareja de advenedizos grabó una escena para ‘Offertes a tout 3’, una serie de apariencia amateur de gran éxito en Francia en la época. Inmediatamente, la falsa candidez de Draghixa, sus rizos rubios y su mirada inocente cautivaron a quienes hacían y veían porno, de manera que «la reina de los Balcanes», como fue bautizada por la prensa especializada de su país, se convirtió en la nueva cara del cine X francés. A finales de aquel año rodó como protagonista ‘Adolescencia perversa’, la obra maestra de Mario Salieri, que acabó por consagrarla.

Draghixa en ‘Le parfum de Mathilde’ (Marc Dorcel, 1994).

1994 fue su gran año. Reina indiscutible del X continental, protagonizó ‘El perfume de Mathilde’, de Marc Dorcel, su filme más recordado, volvió a trabajar con Salieri en películas como ‘Concetta Licata’ y ‘Dracula’, e inició su aventura americana, primero participando en gonzos y, ya al año siguiente, en cintas de mayor empaque, como ‘The Voyeur’, de John Leslie, o ‘Elementos de deseo’, de Cameron Grant. En el cénit de su carrera, Draghixa anunció por sorpresa su retirada del porno en mayo de 1995, en una multitudinaria conferencia de prensa, en la que adujo como razones para su marcha las escasas medidas profilácticas que la industria del porno tomaba para prevenir el Sida y otras enfermedades de transmisión sexual. Un año antes, en una entrevista para la publicación italiana ‘Video Magazine’ afirmaba que lo que menos le gustaba del porno era «el papel de sumisión que siempre se le adjudica a la mujer» en las escenas y películas.

Tras su retirada, la carrera profesional de Draghixa parecía seguir el guion habitual de muchas de sus compañeras de profesión. Participó en producciones soft, posó como modelo erótica y actuó como stripper en diversos clubes. Pero, en 1996, publicó un disco titulado ‘Dream’ en el que cantaba sus propias canciones y que firmaba con el nombre que le había dado la fama como actriz X. Entró entonces en los circuitos musicales galos y apareció en diversos videoclips de artistas como Silmarils o Demon. De ahí dio el salto a los platos al conocer a W.A.R.R.I.O., un reputado DJ parisino con el que creció musicalmente. A finales del siglo pasado se convirtió en DJ residente de La Mezzanine de l’Alcazar, uno de los clubes más chic de París, y posteriormente pinchó, entre otros locales, en el Man Ray y en el KUBE. Después de completar una exitosa carrera como discjockey, Draghixa fue contratada por la agencia de comunicación H, en la que trabaja como directora artística desde 2015.

Palabras para Julia

Hay chicas que acceden al porno buscando fama, dinero rápido o sentirse importantes. Y hay chicas a las que el porno encuentra, que, durante unos años, se convierten en actrices X, pero que el hecho de practicar el sexo delante de una cámara no es más que un eslabón más en su carrera profesional, casi una anécdota. Julia Chanel, una de las primeras actrices mestizas del triple X europeo, pertenece a esta segunda categoría.

Y es que Julia encontró el porno de manera fortuita, cuando el director y productor alemán Nils Molitor, la descubrió a los 18 años después de haber sido modelo, primero de publicidad y más tarde de publicaciones eróticas, como el ‘Playboy’ o la edición australiana de ‘Penthouse’. Para llegar hasta ahí, Julia Pinel, su nombre real, hubo de superar una infancia feliz pero con dificultades económicas, en uno de los barrios más deprimidos de los alrededores de París. Hija de padre maliense y madre francesa de origen italiano, Julia soñaba con abandonar ese barrio y se preparó estudiando italiano en La Sorbonne y, aprovechando su belleza, posó para diversos medios.

Hasta que llegó el porno a su vida y Julia, como una oportunidad laboral, lo aprovechó sin remilgos. Desde su debut, en 1992, hasta su retirada, en 1996, fue una de las grandes actrices de la segunda época dorada del porno francés y participó en verdaderos clásicos del cine X europeo, como ‘El perfume de Mathilde’, de Marc Dorcel, ‘Rêves de cuir’, de Francis Leroi, o ‘Adolescencia perversa’, de Mario Salieri. En 1994, decidió dar al salto al porno norteamericano, pero no obtuvo el premio de algún papel importante y siguió compaginando su trabajo en Italia, Francia o Alemania con esporádicas presencias en el porno USA. Al mismo tiempo, la belleza exótica de Julia llamó la atención de los productores franceses de cine convencional y se la puede ver en pequeños papeles en filmes como ‘Les truffes’, de Bernard Nauer, o ‘Coup de vice’, de Patrick Levy.

Julia Chanel en ‘Le parfum de Mathilde’ (Marc Dorcel, 1994).

En 1996, después de participar en un reportaje para ‘Hot Vidéo’ sobre los enfermos de Sida en el Congo, vuelve a Francia destrozada por lo que ha visto y decidida a convertirse en una activa luchadora contra la enfermedad. Pero el porno francés, que vive tiempos de gloria, no está por la labor de utilizar preservativos en las escenas y de implementar medidas profilácticas que sirvan como ejemplo para los espectadores. Las palabras de Julia caen en saco roto y la joven, que tiene entonces 26 años, toma la determinación de dejar el porno, justo en el momento en el que recibe una oferta de Vivid para convertirse en contract girl de la todopoderosa productora.

Pero Julia Chanel tenía otros planes, que tienen que ver con explotar su belleza, su talento y su capacidad para utilizar las palabras. Comienza a trabajar en el mundo de la televisión, en el que entra a través de la cadena musical MCM y que culmina con diversos trabajos para Canal +, el último de ellos como presentadora de ‘Le journal du hard’, el legendario programa de información sobre cine X, durante seis meses. Pero el hecho de que los productores solo la requieran como busto parlante, la hacen rebelarse y dejar la televisión. Desde entonces, su carrera profesional se ha centrado en el hip hop, primero como presentadora de un espacio televisivo dedicado a ese género musical, luego como musa de muchos de los cantantes franceses y, por último, como cantante y productora de discos.

Una actriz de escándalo

La indiscutible gran estrella del cine X francés en sus primeros años logró trascender a su carrera como actriz porno para erigirse en una de las más importantes actrices del cine de serie B durante los años 80. Brigitte Lahaie unía a su extraordinaria belleza una gran capacidad para interpretar todo tipo de personajes y un magnetismo hacia la cámara que la hizo única.

En abril de 2001, Canal + Francia emitió un documental biográfico sobre la figura de Brigitte Lahaie, indiscutible reina del porno francés en los años 70. Lahaie defendía en el reportaje la democratización de un género cuyos albores vivió intensamente. Hija de un empleado de banca y una representante, trabajó como vendedora de zapatos antes de que, en 1974, se trasladara a París. A los 20 años, respondió a un anuncio de prensa que pedía modelos para fotos eróticas y, tras unos meses posando desnuda para diversas revistas de contenido erótico, se encontró inmersa de lleno en la incipiente industria del porno galo.

Al principio con el cabello oscuro y más tarde teñida de rubio, trabajó a las órdenes de los pioneros del cine X francés hasta elevarse a la categoría de mito debido a su exótica belleza y a sus aptitudes dramáticas. Lahaie trabajó con los principales directores del porno francés de los primeros años de la legalización del género (Francis Leroi, Bud Tranbaré, José Bénazéraf, Claude Mulot y Gerard Kikoïne) durante los cuatro años que duró su carrera en el cine X. En las aproximadamente 40 películas porno en las que participó evidenció unas extraordinarias cualidades como actriz, lo que unido a su excepcional belleza la convertiría en la auténtica reina del porno galo.

Brigitte Lahaie.

En 1980 decidió dejar el porno para transitar hacia el terreno del cine erótico y de terror. Gracias a Jean Rollin, con el que rodó buena parte de las películas de su etapa como actriz convencional, Brigitte Lahaie se erigió en una de las más conocidas “scream queen” del cine europeo. Al mismo tiempo, también fue actriz en filmes eróticos, sin sexo explícito, de la época y llegó a participar en flimes de éxito como ‘Henry y June’, de Philip Kaufman, o ‘Pour la peau d’un flic’, de Alain Delon. Tuvo un notable éxito como heroína de filmes de serie B y amplió su carrera profesional al debutar en el teatro y escribir tres libros, el más famoso de los cuales es su autobiografía ‘Moi l’escandaleuse’. A raíz de la publicación de este libro, un gran éxito de ventas en Francia, fue invitada a participar en el mítico programa literario de la televisión francesa ‘Apostrophe’.

En 1998 presentó un programa sobre erotismo en el canal de televisión vía satélite XXL y dos años después conducía su propio «show» en Canal Web, una cadena televisiva por Internet. Defensora de de la sexualidad libre y responsable, luchadora por derribar las lacras morales de la sociedad y amante de la naturaleza, vive actualmente en Yvelines, una localidad situada a 60 km. de París, en una gran casa con la única compañía de sus caballos, perros y gatos y trabaja comon locutora de radio.

De pornstar a rockstar

A mediados de los años 70, Catherine Ringer, una joven nacida en los suburbios de París, trabajaba en el hospital de Suresnes a cambio de 2.500 francos (380 euros) al mes. Soñaba, como muchas chicas de su generación, con ser estrella del rock, con formar su propia banda y salir de gira por toda Francia mostrando al mundo sus canciones. Pero no tenía dinero suficiente para producir sus discos. De hecho, Catherine estudiaba interpretación en sus ratos libres y había hecho sus pinitos encima de los escenarios en algunas comedias musicales producidas por Michael Lonsdale para el Théâtre de Recherche Musicale. Un día, Ringer encontró por casualidad un anuncio que convocaba un cásting para hacer películas eróticas y se presentó. Pensó que, con la pasta que ganara en el cine, podría cumplir su sueño.

Era el año 1976 y el cine X galo entraba en una etapa de regresión provocada por la ley que regulaba la exhibición de filmes pornográficos en Francia. Bud Tranbaree, veterano cineasta curtido en mil batallas de serie B y en subproductos eróticos, vio en aquella chica de aspecto punk y ganas de vivir a una futura estrella. La contrató para participar en su película ‘La fesse’. Así comenzó la carrera en el porno de uno de los personajes más controvertidos del cine X galo. No porque sus prestaciones en pantalla fueran particularmente memorables, sino porque, en 1979, Catherine Ringer conoció a Fred Chichin y ambos fundaron el grupo de pop-rock de culto Les Rita Mitsouko.

Durante los albores del grupo, Catherine Ringer todavía continuó rodando películas X. Les Rita Mitsouko no era un grupo demasiado conocido en Francia y eso le permitió a su cantante trabajar con directores como Michel Ricaud (‘L’education d’Orphélie’), Lasse Braun (‘Love Inferno’) o Hubert Géral (‘Gorges profondes et petites filles’), hasta completar la veintena de filmes que completan su singular filmografía. A finales de 1981, Ringer protagonizó ‘L’inconnue’, a las órdenes del malogrado Alain Payet, su despedida del porno, en la que daba vida a una joven acechada por sus fantasmas sexuales que sufre de ninfomanía.

Catherine Ringer en ‘La fessée’ (Claude Bernard-Aubert, 1978).

A partir de entonces, la Catherine Ringer actriz porno se convirtió en la cantante de Les Rita Mitsouko. Tras su mítico paso por los circuitos alternativos del rock francés, una canción, ‘Marcia baila’, tributo a la coreógrafa argentina Marcia Moretto, fallecida años antes y antigua profesora de Ringer, los lanzó a la fama con una ecléctica mezcla de sonidos latinos y techno-pop. Sus directos, con la claridad de Chichin a la guitarra y la desgarradora voz de Ringer, vestidos de manera estrafalaria y colorista, todavía permanecen en la memoria de los buenos aficionados franceses. Fueron, además, pioneros en realizar videoclips de culto, como el que les rodó Jean-Luc Godard para su canción ‘Soigne ta droite’ en 1987.

Por aquella época, un avispado distribuidor descubrió que la misma mujer que encandilaba a los aficionados a la música sobre el escenario era la que follaba a destajo en ‘Poker partouze’, de Joe de Palmer, un filme en el que compartió honores con la legendaria Marilyn Jess. Ringer, al contrario que algunas de sus compañeras de profesión, no renegó de su pasado en el porno, sino que lo exhibió con orgullo como una forma más de provocación.

Ya en este siglo, Les Rita Mitsouko siguieron su camino de innovación y reciclaje en las tendencias del pop-rock. Pero algo había cambiado. En las elecciones presidenciales de 2007 apoyaron a Nicolas Sarkozy, olvidando su pasado en el porno y sus antiguos conflictos con la justicia. “Eso pertenece al siglo pasado”, decían para defenderse. El 28 de noviembre de aquel mismo año, Fred Chichin murió de un cáncer fulminante a la edad de 53 años. Los tres hijos nacidos de aquel matrimonio musical han seguido los pasos de sus padres: Simone y Raoul forman parte del grupo musical Minuit et derrière; y la mayor, Ginger, es actriz de cine convencional con el nombre de Ginger Romàn.

Fotonovelas como películas

A finales de los años 60, Marcel Herskovits estaba a punto de cumplir 30 años y tenía un trabajo arriesgado. Publicaba libros de temática erótica que vendía en los circuitos clandestinos de toda Europa. Herskovits vivía al límite de la legalidad, en un tiempo en el que Francia se debatía entre la tradición y la modernidad, entre quienes pretendían por conservar los valores de toda la vida y los que luchaban por hacer el amor y no la guerra.

Entre los clientes de Marcel había un periodista suizo que se puso en contacto con él para que le publicara una novela que había escrito en colaboración con su secretaria. El editor aceptó el reto y la novela se convirtió en un gran éxito de ventas, pese a las restricciones que encontró en su distribución. Aquel inesperado suceso animó a Marcel Herskovits a publicar más libros de contenido sexual, consciente de que en su país se estaban operando cambios que iban a apreciarse en un futuro muy cercano. Inició una colección de novelas pornográficas que tuvo una gran acogida entre los clientes de las laberínticas librerías de la orilla izquierda del Sena y, poco a poco, fue añadiendo a esas novelas fotografías para ilustrarlas. Primero fueron unas pocas fotos en blanco y negro, que servían como distracción al lector ante tanta letra, después las fotos adquirieron color, y más tarde, presencia. Diez años después de haber empezado como editor de libritos de contenido erótico, en 1979, adoptó el nombre de Marc Dorcel y se convirtió en el principal editor de fotonovelas pornográficas del país.

Página de una de las fotonovelas editadas por Dorcel.

En aquellos años, el vídeo invadió los hogares franceses. Era el electrodoméstico estrella, el que todos querían tener en su domicilio. Los magnetoscopios de la época eran mastodontes que se vendían a un alto precio. Tanto que, cuando se estropeaba uno, era mucho más rentable repararlo que comprarse otro, al revés de lo que ocurrió unos años después con los reproductores de dvd. Al lado del despacho donde Dorcel tenía la editorial había una de esas casas de reparación de magnetoscopios que habían surgido por todo París al calor de la fiebre por el nuevo aparato. Su propietario, un tipo con conocimientos de filmación en vídeo, se acercó un día a ver a su vecino, con el que le unía una buena amistad, y le hizo una propuesta sorprendente: “Usted, señor Dorcel, hace fotonovelas que son como películas, ¿por qué no se anima a rodar un vídeo?”. El reparador le ofreció su ayuda para hacerlo, pero Dorcel tenía muy claro lo que sabía hacer y no tanto lo que podría aprender, así que le dio largas. Pero la insistencia del vecino acabó dando sus frutos y, unos meses después, el todavía editor grabó su primera película porno, ‘Jolies petites garces’, un vídeo con imágenes quemadas y planos temblorosos que, para sorpresa de todos, llegó a vender 4.000 copias en las sex-shops de toda Francia. Dorcel la había filmado con un equipo técnico en el que no conocía a nadie, excepto al camarógrafo, un fotógrafo que jamás había empuñado una cámara de vídeo, y con el argumento de una de sus fotonovelas.

Impactado por el éxito alcanzado con su primera película, Dorcel acudió a un laboratorio de imagen para intentar mejorar su obra. Le dijeron que, en lo sucesivo, contara con ellos para rodearse de un equipo profesional con el que pudiera rodar vídeos de calidad. Así lo hizo pues, desde 1980, Marc Dorcel comenzó a producir sus propias películas, primero dirigidas por él mismo y más tarde, por otros realizadores, como Michel Barny o Michel Ricaud. Películas cuyas señas de identidad son la calidad visual, las buenas historias y el sexo morboso. Hoy, 40 años después de aquel día en el que el antiguo editor recelaba de ver las fotonovelas que vendía en movimiento, Dorcel, ya retirado, es el dueño del mayor imperio distribuidor y productor de porno en Francia.

La muerte del guionista

No puede decirse que 2010 fuera el mejor de la historia para el porno. 2010 fue el año de la defunción casi definitiva del cine porno en nuestro país, entendiendo como cine porno aquel que conserva ciertos valores cinematográficos, pese a que el porno a secas, aquel que sólo reproduce actos sexuales, comenzó a remontar un poco el vuelo en las plataformas de internet. Pero, además, 2010 fue el año en que mayor número de leyendas del cine X nos dejaron. Hasta cinco personajes capitales para entender la historia del cine para adultos se marcharon ese año: Jamie Gillis, John Leslie, Juliet Anderson y Erica Boyer, a los que hay que añadir a Jean Rollin, fallecido el 15 de diciembre a los 72 años de edad.

La desaparición de Rollin fue la menos difundida en los medios de comunicación. No porque Rollin no fuera un personaje conocido, sino porque lo que representaba su figura en el porno contemporáneo había muerto muchos años atrás. Jean Rollin, nacido en Neully-sur-Seine en 1938, fue uno de esos personajes que comprendió enseguida que el porno era una manifestación más del cine de bajo presupuesto, probablemente la que más posibilidades creativas ofrecía. Contaba que vio su primer filme a los cinco años y que entonces decidió cuál era su vocación. Con trece, cuando su madre le regaló una máquina de escribir, se puso a escribir historias y guiones. A los veinte dirigió la primera película de una carrera como cineasta, guionista y escritor que duró más de medio siglo.

Fue un pionero en el cine de vampiros de serie B en Francia, en los tiempos en los que el panorama cinematográfico francés se debatía entre los defensores de la vieja guardia encarnada por Carné o Renoir y la nueva ola transgresiva en la que navegaban los Godard o Truffaut. Eso fue a finales de los años sesenta, cuando películas como ‘Le Viol du Vampire’, ‘La Vampire Nue’ o ‘Le Frisson des Vampires’ se convirtieron el filmes de culto gracias a su combinación de terror y erotismo. Pero Rollin, que era autor de los guiones de sus propias películas, no desaprovechó, en aquellos tiempos, la eclosión del cine X en Francia y, como harían después Jesús Franco o Joe D’Amato, dio el salto al porno. En la edad de oro del cine X francés, Jean Rollin fue un activo cineasta y un guionista de prestigio, autor de filmes como ‘Lévres de sang’ o ‘Joussances et sumission’.

Brigitte Lahaie en ‘Fascination’ (Jean Rollin, 1979).

Cuando el porno francés entró en decadencia, a mediados de la década de los ochenta, Rollin siguió por los derroteros del cine que siempre había amado, el de terror. Pero nunca abandonó su relación con aquellos con los que había trabajado en los años de gloria del cine X francés. Así, en 1994, Marc Dorcel lo llamó para que escribiera el guión de la primera película que el productor parisino iba a realizar tras la muerte de quien, durante años, había sido su inseparable compañero de trabajo en el porno francés, Michel Ricaud. Rollin aceptó y pergeñó una historia de amores diferidos y fantasmas del pasado titulada ‘El perfume de Mathilde’, su testamento cinematográfico en el porno y una de las obras más interesantes del cine X galo en los últimos 25 años.

Para entonces, la figura del guionista de películas porno ya comenzaba a ser una especie en vías de extinción. Cuando ese día 15 de diciembre Jean Rollin dejó este mundo, el guionista de películas X ya era un cadáver exquisito que ni siquiera se contemplaba en la producción de un filme para adultos. La muerte física de Rollin, uno de los grandes autores del porno europeo ocurrió en 2010; la de lo que significa su profesión sucedió hace mucho tiempo.

Ifix, tcen, tcen

A mediados de los años setenta comenzó a publicarse en Francia una fotonovela pornográfica, titulada Supersex, que contaba la historia de un alienígena procedente del planeta Eros cuya nave se estrella en la Tierra y, para sobrevivir, ocupa el cuerpo de un teniente de la policía francesa. Supersex tuvo un sorprendente éxito de ventas y se extendió a Italia, país en el que, desde 1977, se convirtió en un referente de la literatura barata destinada al público adulto. La fotonovela sobrevivió a lo largo de una veintena de años, hasta su definitiva desaparición a mediados de la década de los noventa.

Al igual que los policías sexuales de la historia del cine porno, Supersex era un personaje irresistible para las mujeres, el prototipo del macho que vuelve locas a las féminas sólo con su presencia, aunque esa atracción, en el desarrollo de la trama, viniera marcado por la capacidad del detective de hipnotizar a las mujeres con un fluido de intensa carga erótica al cual era imposible resistirse. Una vez consumada la conquista, en el momento de la eyaculación, Supersex profería su grito de guerra: “ifix, tcen, tcen”, un lugar común sin significado preciso que se repite en cada uno de los capítulos de la fotonovela.

Cubierta del número 15 de Supersex.

Con el paso de los años, el personaje de Supersex fue evolucionando hacia una especie de agente 007 erótico, eficaz aunque algo bruto y sexualmente muy activo. En cada una de las revistas, con portadas en color y dibujos en blanco y negro, se ofrecían al lector entre tres y cinco historias diferentes, en las que aparecieron, como estrellas femeninas invitadas, algunas de las grandes actrices de la “commedia erotica italiana” de los años setenta y ochenta, como Gloria Guida o Lory del Santo. A mediados de la década de los ochenta, la revista incluía un apéndice con las aventuras de Magika y Magika Jr., dos investigadoras privadas discípulas de un santo indiano que les había enseñado algunos trucos mágicos, como la telequinesia, para resolver los casos que se les presentaban. Cicciolina y Marilyn Jess fueron las protagonistas de esta adenda que llevó la revista durante años.

El actor francés Gabriel Pontello fue, durante toda la historia de la revista, Supersex, un personaje que le persiguió, para bien y para mal, durante toda su carrera en el porno. El propio Rocco Siffredi cuenta en sus memorias que, cuando conoció a Pontello en un club de intercambio de París, era un ávido lector de la fotonovela y un apasionado admirador de Pontello, a la postre su introductor en el mundo del porno. Pontello siempre apareció en Supersex con su nombre, aunque en la última época de la revista asumió el seudónimo de Homerus Callaghan, el nombre que también adoptó el personaje del detective follador, práctico y bruto venido del planeta Eros.

Los ejemplares de Supersex se han convertido, con el paso del tiempo, en objeto de culto para los coleccionistas de material erótico. Lo intrincado de sus historias, la fascinante personalidad de su protagonista y el realismo de las fotos en las escenas eróticas, en las que se reproducía sexo explícito, hicieron del más de un centenar de revistas publicadas en cerca de veinte años un documento único, en ocasiones mucho más interesante que la mayoría de las películas porno que se proyectaban en las salas X europeas.