No sin mi marido

La reconversión de la industria norteamericana del cine X a raíz del escándalo provocado por el descubrimiento de que Traci Lords había protagonizado casi todas sus películas siendo menor de edad produjo un puñado de consecuencias en el cine porno. Las más evidentes fueron la reducción de costes, la definitiva hegemonía del vídeo como soporte de filmación y la desaparición de la imaginación a la hora de realizar las películas. Las menos, la aparición de la figura de la esposa fiel en las escenas de sexo.

A finales de los ochenta y comienzos de los noventa, el porno volvía a ser una mina para quien trabajara en él. Poco coste y mucha ganancia. Una generación de actores y actrices se introdujo en el negocio pese a que su situación sentimental era la opuesta a la que se supone a una persona que, por su trabajo, ha de practicar el sexo con otras personas. Pero en 1990 las cosas no era como diez años atrás, cuando actores como Richard Pacheco eran capaces de salir de casa, como cualquier oficinista, despedirse de su mujer y sus hijos, y volver nueve horas después, tras haber follado con un par de chicas, a cenar con la familia. El SIDA había hecho estragos entre la población y la sociedad exigía sexo seguro. La solución para aquellos actores y actrices que tenían pareja era muy simple: la exclusividad en el sexo con la persona que amaban.

Así surgieron diversas parejas que, a lo largo de su carrera en el porno, sólo practican el sexo entre ellos, sin dejar que un extraño toque, sólo mire. Parejas como Woody Long y Sandra Scream, que compartirían decenas de polvos ante la mirada del público en sus películas, Derrick Lane y Racquel Darrian, fieles hasta el final de su matrimonio, Randy Spears y Danielle Roggers, que comenzaron siendo exclusivos en el sexo hasta que se dieron cuenta de que ganarían más dinero si abrían su relación a otras personas, o Justin Sterling y Jenna Jameson, que se hicieron ricos sin tener que ser infieles.

Una escena conyugal del matrimonio Papillon.

Pero la pareja que ejemplifica a la perfección la época de la fidelidad matrimonial en el porno la formaron la exótica Kascha y el semental galo François Papillon. Kascha, nativa de Hawai, fue uno de los primeros ejemplos de acceso al porno por la vía de las revistas eróticas para hombres. A los 21 años, esta rubia con rasgos asiáticos había posado en publicaciones como High Society, Penthouse y Hustler, antes de debutar en el cine X con ‘Introducing Kascha’, un título que, como la mayoría de los filmes en los que participó adivinaba las intenciones comerciales de sus productores. Su nombre apareció en los títulos de gran parte de su filmografía, ya que el público quería ver en acción a una mujer tan exótica que tenía la piel morena de una oceánica, los rasgos faciales de una asiática y el cabello de una europea. Si a eso añadimos unos pechos falsos, cuyo aspecto modificó en dos ocasiones a lo largo de su trayectoria profesional, convendremos que Kascha era casi un producto de laboratorio.

Entre otras cosas porque Kascha sólo conoció un varón en gran parte de los siete años en los que permaneció en activo en la industria del porno. Fue su marido, el actor francés François Papillon, un tipo que parecía salido directamente de un gimnasio con rayos UVA de la Costa Azul. La prueba de que se querían no era sólo que se guardaban fidelidad uno al otro, incluso con cámaras de vídeo delante, sino que Kascha llevaba el tatuaje de una mariposa (el apellido de su marido en francés) en su nalga izquierda. Únicamente en los estertores de su carrera, cuando Kascha había engordado 20 kilos y encontraba dificultades para ser contratada en películas, aceptó protagonizar algunas escenas lejos de su esposo. François y Kascha Papillon se retiraron del porno en 1994 para probar suerte en el cine convencional, suerte que no tuvieron. En la actualidad, ambos siguen felizmente casados y hacen el amor sin la presencia de cámaras. Como durante toda su vida.