El universo oculto de las salas X

En la tarde del lunes 5 de marzo de 1984, el frío de los últimos días del invierno no invitaba a salir de casa para ir al cine. Pero, para muchos españoles, aquella era una fecha señalada. Por primera vez, el espectador podía acudir a una sala de proyecciones para ver una película con sexo explícito sin la amenaza de que su diversión se viera truncada por la irrupción de la policía. Diez meses después de que el Boletín Oficial del Estado publicara el Real Decreto 1067/83, de 27 de abril, que desarrollaba la legislación relativa a las salas especiales de exhibición y abría una vía legal a la exhibición de películas pornográficas en nuestro país, las salas X comenzaban su andadura.

Fue un parto dificil, que tuvo como preludio dos normas legislativas y una asfixiante presión por parte de una población ávida de normalización en temas de sexo. Desde el furtivo desnudo de Amparo Muñoz en ‘Tocata y fuga de Lolita’ (1973), el integral de María José Cantudo en ‘La trastienda’ (1977), la comedia erótica de la época del destape a finales de los setenta o el divertido y entrañable cine «clasificado S» de los primeros años ochenta, el termómetro cinematográfico español había subido muchos grados hasta alcanzar la temperatura que requiere la legalización del porno. Fue en aquella lejana tarde de marzo cuando, en diez capitales de provincia españolas, el sueño se hizo realidad.

Pero aquel sueño nació con aspecto de pesadilla. La administración española eligió el modelo francés para regular el funcionamiento de las salas X en nuestro país, es decir, una alternativa restrictiva para los empresarios que imponía una serie de condiciones draconianas para que el porno fuera un negocio, entre ellas la obligatoriedad de pagar un porcentaje de taquilla del 33 % y la prohibición de promocionar las películas que se exhibían por medio de carteles o imágenes fotográficas en el exterior de las salas. Pese a los impedimentos legales, en abril de aquel año ya funcionaban en España 22 salas X que intentaban recuperar, a marchas forzadas, los casi quince años de retraso que el porno español tenía con respecto al resto de países.

Las salas X funcionaron en un principio gracias a su carácter novedoso y la inquietud de muchos españoles por conocer en qué consistía el cine porno. Los resultados de taquilla, sin ser espectaculares, propiciaron que los nuevos negocios florecieran a pesar de las trabas administrativas hasta que, dos meses después de la apertura de las primera salas, el cine X encontró la coartada cultural que estaba buscando.

Fue a raíz del estreno de ‘El diablo en la señorita Jones’, de Gerard Damiano, considerada el paradigma del cine «de autor» en el porno cuando una avalancha de nuevos espectadores llenó a rebosar las salas X donde se proyectaba la reflexión sartriana revestida de aprendizaje sexual iniciático que había pergeñado el director neoyorquino once años atrás. La intelectualidad española, entusiasmada de haber encontrado la excusa perfecta para justificar su presencia en una sala X, se colocó bajo el brazo un ejemplar antiguo de Triunfo o el último número de Interviú y se encaminó a ver las andanzas de la señorita Jones por el infierno.

Aquel impresionante éxito de taquilla marcó el comienzo de la ascensión de las salas X en España, un auge que llegó a su cénit en 1987, cuando había 85 locales repartidos por la geografía nacional. Pero ese momento álgido fue también el punto de partida de una crisis que se agudizaría en la década siguiente, cuando el número de salas se redujo a 16 en 1995, y culminaría ya en el nuevo milenio: en 2003 sólo había en España trece salas donde se proyectaban películas pornográficas, localizadas en Madrid, Barcelona, Valencia, Granada, Sevilla, Zaragoza, Las Palmas y Palma de Mallorca.

Las razones de la decadencia hay que buscarlas en el natural pudor de la población española, mucho más proclive a disfrutar del porno en su domicilio que en una sala de proyecciones. La entrada en los domicilios del magnetoscopio para reproducir vídeos, en la segunda mitad de los años ochenta, y de los reproductores de DVD, a partir de 2002, dotaron de la necesaria intimidad al consumidor, que no tiene que desplazarse a una sala especializada para ver lo que le interesa de un género cuyo pleno disfrute exige la intimidad del hogar. La televisión también tuvo su parte de culpa. Desde el 5 de octubre de 1990, la cadena de pago Canal + emite las madrugadas de los viernes una película clasificada X para sus abonados, una oferta que, con el tiempo, se ha ampliado a otros canales de las plataformas digitales y, recientemente, a las televisiones locales de toda España.

Tan feroz competencia tuvo un problema añadido para los exhibidores. Ante la generalización del formato de vídeo para producir las películas, los distribuidores agotaron su oferta de películas en formato de cine, por lo que las salas afrontaron, a partir de 1989, una renovación de sus equipos de proyección que fueron sustituidos por modernos reproductores de vídeo para pantallas gigantes. Sin embargo, las mejoras tecnológicas fueron incapaces de parar el descenso de espectadores y la mengua de recaudación: de los 578.157 que acogieron las salas X en 1994 y que dejaron en taquilla algo más de 190 millones de pesetas se pasó, ocho años después, a 318.836 espectadores y poco más de 930.000 euros recaudados, según las cifras oficiales del Ministerio de Cultura, unas cantidades paupérrimas en un negocio que mueve en nuestro país más de mil millones de euros al año.

Tras veinte años de funcionamiento y con los profundos hábitos de consumo experimentados por la sociedad española, ¿quién acude actualmente a las salas X? «Principalmente hombres», responde el crítico especializado Casto Escópico, «porque las salas X se han convertido en locales de contacto gay, en los que lo menos importante es la película que se proyecta en la pantalla». «Las salas se nutren de clientes habituales, que vienen una o dos veces por semana buscando sexo rápido y gratuito», afirma un empleado de uno de los locales que prefiere permanecer en el anonimato. Esta reconversión, desde la sala de proyección que ofrecía la oportunidad de ver lo que había estado prohibido durante años hasta el lugar de encuentros sexuales entre homosexuales, ha garantizado la supervivencia de unos locales que nacieron hace dos decenios para ofrecer cultura a toda la población y ahora brindan placer a un segmento de ésta.

CÓDIGOS CONOCIDOS

La película francesa ‘La chatte aux deux têtes’ (‘El coño con dos cabezas’), de Jacques Nolot, no estrenada en nuestro país, traza el retrato más realista de lo que ocurre dentro de las salas X, convertidas en locales donde el espectador puede, además de observar sexo en la pantalla, practicarlo libremente. Pero, como todo universo cerrado, la oscuridad de las salas X tiene sus propios códigos para establecer contactos sexuales, que son conocidos por los que frecuentan dichos locales. «Normalmente, la persona que quiere ligar en una sala X se sitúa en la segunda butaca de su fila, contando desde el pasillo, y deja sólo un sitio libre a su lado para que se siente su futuro contacto. Cuando alguien llega a la sala, da un paseo por los pasillos para observar las posibles ofertas o se queda en la parte trasera del cine, desde donde se vislumbra todo el panorama. En el momento en que ha elegido a la persona con la que desea establecer contacto, se sienta en la butaca que queda libre entre ella y el pasillo e inicia un acercamiento, a base de roces, que puede llevar a la masturbación o la felación», explica Casto Escópico, quien aconseja con ironía al público heterosexual que «se coloque en las butacas que lindan con los pasillos para dar a entender que sólo ha acudido a ver la película». En su esforzada labor como crítico de porno de la valenciana cartelera Turia, Escópico se ha encontrado en las salas X con «todo tipo de personajes, desde prostitutas hasta travestis, pasando por chaperos o gente de clase acomodada que busca en esos locales sexo con un desconocido casi como una perversión», pero nunca ha visto en ellas a dos hombres practicando el coito, «porque los tocamientos, la masturbación o la felación son prácticas mucho más sencillas de realizar dadas las características de las salas».

FRANCO, ESE HOMBRE

Parte del éxito inicial de las salas X hay que atribuirselo a Jesús Franco (Madrid, 1930), uno de los directores más prolíficos del cine español y el auténtico padre del porno hispano en la década de los ochenta. Franco, que ya había coqueteado con el cine erótico durante la época de las películas clasificadas S, fue el director de la primera película porno española que se proyectó en nuestro país, ‘Lilian, la virgen pervertida’, y realizó otros diez filmes, algunos de ellos en colaboración con la actriz Lina Romay, que tuvieron una gran acogida en la pantalla durante los primeros años de funcionamiento de las salas especializadas. ‘Lilian, la virgen pervertida’ es el mejor ejemplo del avispado olfato comercial de Franco, pues se rodó inicialmente con escenas de sexo simulado para distribuirse como película erótica. Pero la legalización de las salas X pilló al director madrileño en plena tarea de montaje, por lo que éste añadió unos improvisados insertos pornográficos para que fuera clasificada como X. El filme se estrenó en Madrid el 25 de junio de 1984 y, durante todo su periodo de exhibición, fue visto por 72.019 espectadores, que procuraron una recaudación de 172.099 euros. Dos meses después, en agosto de aquel año, Jesús Franco estrenaría ‘Una rajita para dos’, la película X española con mejor rendimiento en taquilla de todos los tiempos, ya que acudieron a verla a las salas 88.055 personas que dejaron en taquilla 209.139 euros, casi una cuarta parte de lo que recaudaron todas las salas X de nuestro país en 2002. Con la crisis de las salas X y la reconversión del porno al formato de vídeo, Jesús Franco abandonó el género en 1987, para seguir realizando películas de serie B, dejando un hito difícil de repetir en el porno hispano: más de 315.000 personas vieron sus filmes en la oscuridad de las salas X.

Publicado en Interviu en marzo de 2004.

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