Tigresses

Cuatro episodios sobre la capacidad de la mujer para llevar la batuta en las relaciones sexuales con los hombres forman el armazón de «Tigresses», un clásico del cine X norteamericano que se erigió como el antecedente más remoto del porno concebido como una sucesión de clips eróticos.

Tigresses… and other maneaters. EEUU. 1979.

Actores: Samantha Fox, Vanessa del Rio, Heather Young, Rikki O’Neal, Jill Munroe, Eric Edwards, George Payne, Herschell Savage, Patty Kake, Ron Hudd, Marc Valentine, Joe Roberts, Jack Monroe, Bobby Astyr, Michael Gaunt, Diane Sloan, Denise Sloan, Richard Rimmer, Ron Jeremy.

Producción: Peter Verlon.

Dirección: Peter Verlon.

La tendencia a la fragmentación de la película en escenas más o menos independientes es una de las características narrativas del cine X contemporáneo, pero su origen se remonta a la «edad de oro» del porno norteamericano, en la que se facturaron películas que, con una débil línea argumental, ofrecían al espectador primitivos clips con secuencias eróticas más o menos relacionadas con la trama argumental.

«Tigresses» inauguró esa tendencia en un filme compuesto por cuatro escenas eróticas de larga duración y con sorprendente variedad sexual, en la que Samantha Fox ejerce como una peculiar maestra de ceremonias que enseña al espectador cómo las mujeres pueden llevar la delantera en las relaciones con los hombres. Dicho planteamiento, más femenino que feminista, se complementa con la sobresaliente actuación de un plantel de actores y actrices de primera línea en el porno norteamericano de finales de los setenta, entre las que destaca la aportación de Vanessa del Rio, convertida aquí en una mujer de negocios que no habla inglés (en la versión original sólo dice sus frases en español) y que acaba involucrada en una curiosa aventura erótica.

Dirigida por Peter Verlon, un artesano al servicio de la industria del cine X americano, y rodada con un presupuesto inferior a las producciones de su tiempo, «Tigresses» inauguraría de manera involuntaria la moda de segmentar las películas X en escenas eróticas, una práctica que llevaría a su máxima expresión diez años después Andrew Blake en su celebérrima «Fantasías de noche». Pero fue mucho más allá, porque su apuesta por el sexo interracial, en un momento histórico en el que las diferencias de color en los actores del género estaban muy marcadas, y la inclusión de algunos números eróticos de inusitada osadía (atención al número lésbico entre Vanessa del Rio y Heather Young) reservarían un hueco a «Tigresses» dentro de los clásicos de todos los tiempos del porno americano, ese tipo de filmes que no han perdido vigencia ni capacidad de sorpresa con el paso de los años.

HERMANAS DE SEXO

La presencia de dos hermanas en una producción X es un hecho insólito en la historia del cine X, cuyos responsables cuidan con esmero cualquier atisbo de relaciones incestuosas en la pantalla. De hecho, Amber Lynn y Buck Adams, hermanos en la vida real, nunca se atrevieron a compartir una escena de sexo delante de las cámaras por miedo a la feroz justicia estadounidense en esta materia. Sin embargo, en «Tigresses», las hermanas Denise y Diane Sloan aparecen en un singular trío sexual junto con el actor de color Dick Rimmer, en un número erótico sorprendente. No son el único caso de hermanas de sexo en el porno: las gemelas húngaras Anita y Olga seguirían su senda más de quince años después en varias películas de la factoría Salieri, entre ellas la innovadora «8 mm», dirigida por el propio realizador napolitano.

VANESSA DEL RIO

Neoyorquina de nacimiento pero puertorriqueña de origen, Ana María Sánchez (Harlem, 1952) ha pasado a la historia del cine X como la más grande actriz de origen hispano que ha dado el porno. Con el torrencial seudónimo de Vanessa del Rio, la actriz norteamericana participó en unas 150 películas X entre 1974, año en el que debutó delante de las cámaras en «loops» de bajo presupuesto, y 1986, año en que decidió retirarse a causa del miedo a contraer el SIDA. Las actuaciones de Vanessa del Rio son un espectáculo difícil de narrar para quien no haya visto alguna de sus películas. Prototipo de la mujer devoradora de hombres y de temperamento arrollador, Vanessa era un volcán en erupción cuando aparecía el sexo en la pantalla, gracias a su carácter exhibicionista que convertía a su clítoris en absoluto protagonista de la acción. Dedicada al negocio del culturismo, el volcán latino más ardiente del porno americano nunca encontró una sucesora.

Publicado en Interviu en diciembre de 2003.

De mayor quiero ser puta

No recuerda con exactitud la fecha -debía de tener unos 14 años- pero sí las circunstancias en las que tomó la decisión. Fue una tarde de verano, tumbada en la cama de su habitación en la casa que sus padres -él cubano, ella portorriqueña- tenían en el 430 de la calle Grand Concourse, en el South Bronx, con los ojos mirando al vacío, cuando se dijo: «De mayor quiero ser puta». Ana María Sánchez (Nueva York, 1952) encontró su vocación por dos razones. La primera, porque vio en un cine de Times Square ‘Fuego’, una película argentina de Armando Bo protagonizada por Isabel Sarli en la que la voluptuosa diva suramericana interpreta a una ninfómana que practica el sexo con todos los hombres con los que le apetece. La segunda, por la relación de sus padres, una clásica pareja que no tenía nada que decirse ni compartía ninguna pasión después de más de 15 años de matrimonio. Si a estas dos razones añadimos la estricta educación católica en la que creció la hija única de aquel extraño matrimonio, la vocación de Ana María no puede extrañar a nadie.

A los 18 años, después de dos fuera del hogar, comportándose como una delincuente juvenil, encontró trabajo como camarera en un club de Broadway. Una noche le ofrecieron bailar para los clientes y ella, tímida y apocada, preguntó si no había otra forma de ganarse la vida. Así conoció a Johnny, un griego que ejercía de proxeneta en la zona conocida como The Deuce, para el que empezó a ejercer como prostituta. Al mismo tiempo, dormía en los coches que robaba en compañía de su novio, un delincuente de poca monta recién salido de prisión. Dos años más tarde, cuando dejó a Larry, que así se llamaba el bandido de medio pelo, lo hizo para internarse en los bajos fondos de la ciudad de Nueva York. En el Buffalo Road House conoció a Sandy Foxe, una mujer que se encargaba de conseguir actrices para las producciones de cine porno, quien le propuso rodar un filme titulado ‘China Doll’, que iba a dirigir Shaun Costello. Le pagaron 150 dólares por participar en una película en la que intervenía en dos escenas, un trío y una orgía, y en la que ya practicaba la doble penetración vaginal. Durante el rodaje dio testimonio de su voracidad sexual, pues incluso le hizo una felación al camarógrafo. En su debut en el porno apareció en los créditos con el nombre con el que ha pasado a la historia: Vanessa del Rio.

Con los ahorros conseguidos durante sus años de prostituta, se marchó a Europa por un periodo de tres meses y, al volver, intentó seguir con su vida anterior. Un día, recibió la llamada de Dorothy Palmer, que se había convertido en la agente de actrices X más importante de Nueva York. Después de pasar un cásting, Dorothy la contrató y Ana María Sánchez se convirtió, para siempre, en Vanessa del Rio. Corría el año 1974 y, en esos tiempos, el mundo del cine X era un asunto de blancos, en su mayoría judíos, y negros e hispanos solo podían aspirar a papeles secundarios. A Vanessa del Rio, esa discriminación racial le importó un bledo porque follar delante de una cámara le excitaba como nada en el mundo. Con esas credenciales, Vanessa se comió literalmente al resto del reparto en la mayoría de sus grandes películas, caso de ‘Babylon Pink’ (Henri Pachard, 1979), ‘Jack & Jill’ (Chuck Vincent, 1979) o ‘The Dancers’ (Anthony Spinelli, 1982). Filmes que conformaron una de las carreras más deslumbrantes de una actriz X en la edad de oro del porno norteamericano.

Pero la voracidad sexual de Vanessa no se saciaba en los rodajes. Fuera de los platós, Vanessa era tan desvergonzada como la que se podía ver en la pantalla. Como ejemplo, una anécdota que contó ella misma en una entrevista para ‘King-Mag’. Una noche de farra, se ligó en un after a cinco gitanos y se los llevó a su casa. La única condición que puso para irse con todos era follárselos a la vez. «Quedaba un poco frío que fueran pasando de uno en uno a la habitación», les explicó. Historias como esta las hay a puñados en una biografía plagada de fiesta, drogas y sexo, pero también de cárceles.

En 1977 fue acusada de prostitución por participar en un loop que sufrió una redada por parte de la policía. Se libró de la cárcel porque su abogado demostró que no había cobrado los 40 dólares que le iban a pagar por aquella escena antes de ser detenida. Pero no se libró años más tarde en Richmond, Virginia, una noche de 1981 en que una espectadora la denunció por obscenidad, después de verla en el escenario tocándose el clítoris con excesiva pasión. A Vanessa ni siquiera le dio tiempo para desprenderse de la cocaína y los Ludes que llevaba para su consumo propio y fue encarcelada durante 35 días por posesión de drogas.

Se retiró del porno en 1986, dejando un legado impagable. Aquella mujer de labios carnosos, rotunda belleza latina, una fogosidad sin límites y un clítoris que alcanzaba en estado de excitación los cinco centímetros de longitud dejó el cine X por miedo a contraer el Sida, pero no abandonó el mundo del sexo. Se dedicó al culturismo, siguió bailando en clubes de striptease y hasta participó en un episodio de la serie ‘Policías de Nueva York’. En 1999 volvió fugazmente al porno y lo dejó definitivamente en los estertores del siglo pasado para crear su propia página web (www.vanessadelrio.com), desde la que vende sus vídeos, hace webcam y promociona su libro de memorias, ’50 Years of Slighty Slutty Behavior’, publicado por Taschen en 2007.