A cualquier cosa lo llaman porno

El 15 de diciembre de 1972 se estrenó en Francia ‘El último tango en París’, una película de Bernardo Bertolucci que llegaba a las pantallas galas rodeada de un halo de polémica a causa de su temática y sus escenas sexuales. Por entonces, España vivía en los estertores de una larga dictadura que, entre otras cosas, había impuesto una férrea censura en temas políticos, culturales y sexuales, y a los pobres españolitos de hace medio siglo solo les quedaba atravesar la frontera para impregnarse de compromiso social, cine y erotismo. Perpiñán, en el sur de Francia, se convirtió en un centro de peregrinación para todos los que buscaban con avidez tetas y culos en las salas de cine. ‘El último tango en París’ fue la película estrella para aquella emigración eventual y breve: la película prometía múltiples escenas de sexo y desnudos de Maria Schneider, una joven actriz francesa de aspecto hippie y pechos terrenales.

‘El último tango en París’ permaneció en cartel en Perpiñán durante más de cinco años. Gran parte de la culpa del éxito de aquella cinta la tuvo la leyenda construida alrededor de la escena de la mantequilla, aquella en la que Marlon Brando sodomiza a Maria Schneider con ayuda de dicho lácteo como lubricante. En realidad, en la película de Bertolucci solo se puede ver a Brando cogiendo un poco de mantequilla con la mano y simulando untarla en el ano de la Schneider, pero los ávidos espectadores españoles transformaron aquella secuencia en otra cosa. Para mucha gente, en la escena se veía cómo Brando se ponía mantequilla en su pene y lo introducía con dureza en el culo de la parisina. Aquello era porno puro y duro.

Para varias generaciones (los que ya tienen más de 60 años), ‘El último tango en París’ fue, junto con ‘Emmanuelle’, el paradigma de lo que era el cine porno, más por lo que les habían contado que por lo que habían visto en la pantalla. La España de finales de los 70 y comienzos de los 80 no conocía qué era exactamente ese tipo de cine y calificaba alegremente como porno cualquier película en la que hubiera alguna situación sexual que no fuera el destete inocente y gratuito del destape.

Maruschka Detmers en ‘Diavolo in corpo’ (Marco Bellocchio, 1986).

Más adelante, cuando el cine X se legalizó en nuestro país, los intentos de introducir escenas más o menos explícitas en las películas convencionales recibieron acabaron por confundir al público y hasta a la crítica. Así ocurrió, por ejemplo, con ‘El diablo en el cuerpo’, una cinta de Marco Bellocchio de finales de los 80 en la que Maruschka Detmers le hacía una felación a Federico Pitzalis. Por esa escena, la mayoría de la gente etiquetó el filme como porno, pese a que, en realidad, la polla del actor italiano está en posición de descanso cuando su compañera de película la acaricia con la lengua y se la mete brevemente en la boca.

Recientemente le tocó el turno a la última película de Lars von Trier, ‘Nymphomaniac’, tildada como porno por la prensa especializada en cine pese a que, antes de su estreno, nadie la había visto. La cinta del director danés contiene algunas fugaces escenas de sexo explícito, pero, como todo aficionado al porno sabe, eso no significa que se pueda equiparar con el entretenimiento para adultos, ni siquiera con los clásicos del cine X como ‘El diablo en la señorita Jones’, ‘Garganta profunda’ o ‘Tras la puerta verde’. Aquellas películas tenían el sexo explícito como leit-motiv de su trama y, aunque contaran una historia, esta iba destinada a ver a los actores follar. ‘Nymphomaniac’, como otros filmes que han transitado por la fina barrera que separa el sexo simulado del sexo explícito en el cine comercial, no juega en esa liga: es un relato, contado al modo de ‘Las mil y una noches’, sobre las aventuras de una mujer ninfómana. En ella hay sexo, explícito o no, pero nada de porno, ningún detalle que lleve al objetivo para el que se realiza el porno (y más hoy en día): la masturbación.

Si hace 50 años un tío agarrando un trozo de mantequilla se consideraba porno, nada debe extrañar que un plano en el que se ve fugazmente una felación o una penetración conviertan en porno a una película. Cinco décadas después, a cualquier cosa la siguen llamando porno.

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